28 jul 2009
Cambios.
Tom (:
26 jul 2009
La rosa.
25 jul 2009
Sombra.
(malo muy malo negro)
que estaba cerca y que podía verla. Algo la estaba acechando y podría matarla en cualquier momento. A pesar de ello, se mantuvo tranquila, con los ojos cerrados y respirando con calma. Una suave brisa agitaba sus cabellos y su vestido, y podía sentir como
(el monstruo era un monstruo inmenso y aterrador que iba a comerla)
ese algo se acercaba con lentitud. No hizo ningun movimiento, alli de pie en lo alto de la montaña, con su mochila junto a los pies. Solamente respiró.
Estuvo alli parada durante un largo rato. El sol estaba ya desapareciendo detras del horizonte cuando ella finalmente se armó de valor y se volteó. Sabía que la criatura estaba a sus espaldas, esperándola.
Acertó. Detras suyo había una extraña mezcla de sombra, oscuridad y animal. Se alzaba temblando y parecía desaparecer por momentos, para reaparecer otra vez y repetir el ciclo.. Manaba miedo y desesperación por cada milímetro de su cuerpo.
Avanzó lentamente hacia ella, tambaleándose y sacudiéndose. Los sectores de hierba que pisaba se ennegrecían y se deshacían en cenizas.
Ella cerró los ojos con fuerza, intentando convencerse de que el monstruo no era real, de que
(you're so intoxicated there's nothing I can say, and all the stars are fading, so are mine)
era un producto de su atrofiada imaginación. Abrió los ojos, temerosa, y la criatura estaba a centímetros de su rostro. La cosa negra extendio una mano sobrenatural, que temblaba y titilaba, y tocó el rostro de ella. Con un grito de horror, dió dos pasos hacia atrás, pero atras no había nada mas que abismo. Cayó rodando por la ladera, golpeandose la cabeza y haciendose multiples heridas en el cuerpo. Se quebró un brazo, las dos piernas y sufrió fractura de cráneo. Finalmente, murió a causa de un derrame cerebral.
La encontraron doce días despues. Las moscas y sus amigos insectos habían estado haciendo un buen trabajo en su cuerpo, devorando lentamente la carne. En la cima de la montaña, hallaron la mochila. En el suelo, había grandes agujeros donde el césped parecía haber sido carbonizado.
Quemaduras del mismo tipo cubrían el rostro de la mujer. Se tomó como muerte accidental, y nunca nadie reclamó el cuerpo. No se pudo identificar a la mujer. Cuando el servicio judicial se disponía a cremar el cadaver no reclamado, se hallaron con una gran sorpresa: donde antes estaba el cuerpo, ahora no había nada mas que cenizas.
24 jul 2009
La rosa.
Tom (:
22 jul 2009
El Viaje de Ariadna - Primera Parte.
Mucho Ruido y Pocas Nueces.
Ariadna Blacknut era una niña de doce años. Su cabello era tan negro como la obsidiana, y sus ojos tan azules como dos zafiros. Ariadna era una niña muy inteligente y atenta, servicial y por sobre todo muy educada. Tenía muy buenas notas en la escuela, y mantenia una gran relación con sus compañeros de clase, sus profesores, sus padres y sus hermanos.
La joven Ariadna vivía en una preciosa casa en la pequeña ciudad de Battle, en Inglaterra. Battle era un pueblo bastante pequeño, sin muchos disturbios y con poca notoriedad. Nadie que no estuviese en cien kilómetros a la redonda conocía el lugar.
La niña estaba sentada al pie de un gran roble, donde solía ir todas las tardes a leer. Estaba ensimismada con las últimas páginas de “Alicia en el País de las Maravillas”, tanto, que el tiempo pasó como un vendaval por delante de sus ojos y la noche hizo rápidamente acto de presencia. Cuando la oscuridad fue tal que Ariadna no pudo leer, miro el reloj de bolsillo dorado que su padre le había dado antes de morir y observo atónita la hora: las ocho treinta y siete. Su madre la regañaría, y probablemente la castigara.
Apurada, se levantó de golpe y guardo todas sus pertenencias, tomó su mochila (que contenía una merienda que el libro le impidió comer), la colocó en su espalda y partió rauda rumbo a casa. El camino era bastante corto. Las angostas calles estaban intransitadas y unos faroles antiguos irradiaban una luz electrica color naranja a las fachadas de las tiendas y las casas. Varias parejas y familias aprovechaban la calidez veraniega para dar un pequeño paseo por las calles, deteniéndose de tanto en tanto delante de algún escaparate o entrando en alguna tienda. Solamente dos o tres autos marchaban por las calles silenciosas. Ajena a ellos, Ariadna apretó el paso, pero se frenó repentinamente. En el callejón que había entre la licorería del señor Lupus y la tienda de ropa de madame Button algo acababa de destellar con un brillante fulgor violeta. Invadida por la curiosidad y desoyendo las ordenes de su madre de no apartarse del camino en la noche, la niña se acercó al lugar. Rebuscó entre tarros de basura y cajas viejas un objeto que pudiese haber despedido semejante resplandor, equivalente al del flash de una cámara fotográfica. Estaba por darse por vencida cuando vio un hermoso anillo bajo una cáscara de banana, dentro de una caja de comidas rápidas con media hamburguesa sin comer. Era una mezcla entre el color plateado y el negro, y en el centro habia una hermosa piedra preciosa en bruto color violeta. Todo el anillo estaba cuidadosamente labrado, aunque debido a la oscuridad, Ariadna no podía distinguir las formas. Nunca había visto algo tan magnifico, ni siquiera en fotos. Embelesada, se calzó el anillo en el dedo anular de la mano izquierda, y la levanto para admirarlo. Estaba por disponerse a volver, cuando oyó una especie de gruñido detrás suyo. Se volteó rapidamente, alcanzando a ver como una sombra negra semejante a una gran sábana. La extraña criatura soltó un aterrador chillido y más veloz que un chita saltó sobre ella. Asustada, Ariadna retrocedió con rapidez, chocándose contra un basurero y cayendo al suelo. Con un pequeño gemido, cerró los ojos, puso sus manos delante de su cara en un vano intento de protegerse, esperando su final… Pero nada pasó. Temerosa, abrió los ojos lentamente. El oscuro callejón había desaparecido. La ciudad había desaparecido. La noche había desaparecido. Transformándose ahora sus ojos en dos platos, Ariadna miró hacia todos lados, asustada, emocionada y muy sorprendida. Estaba en medio de un campo florido, con el césped crecido hasta mas arriba de las rodillas (si su padre estuviese vivo y estuviese aquí, se hubiera desmayado del horror) y bajo un hermoso cielo azul despejado. No había una sola nube en todo el firmamento. Buscó unos momentos el sol, pero no tardo en encontrar no un sol, sino dos de ellos. El más grande era de color anaranjado, grande como un tapacubos, y el más pequeño, un poco mas abajo y a la izquierda del otro, era rojo y del tamaño de una moneda. Sin poder dar crédito a lo que veía, la niña se frotó los ojos con la mano, esperando abrirlos y ver que todo había sido una vana ilusión provocada por un golpe contra un tarro de basura o algo parecido. Se llevó las manos al rostro, y entonces una suave voz femenina se oyó a sus espaldas.
-¿Y quién se supone que eres tu, jovencita?
Con un respingo, Ariadna se dio vuelta. Frente a ella había una mujer menuda, un poco más alta que ella, con ropajes antiguos y un sombrero con ala caída.
-Mi nombre es Ariadna, señorita –contestó ella, titubeando un poco.
-Es un gusto, Ariadna. Yo soy Clarissa. ¿De donde vienes? ¿Qué haces en medio de mi campo?
-N-no sé como llegué aquí, señorita Clarissa. Estaba en el callejón de la licorería del señor Lupus cuando una sombra inmensa me salto encima. Abrí los ojos y me encontraba aquí. ¿Podría usted indicarme como regresar a Battle, por favor?
-¿Licorería? ¿Señor Lupus? ¿Battle? Me temo que no entiendo de qué estas hablando, joven Ariadna.
-Battle es el pueblo donde vivo. No es muy conocido, pero no puedo haberme alejado tanto de él como para… ¿Dónde estamos exactamente, señorita?
-Nos encontramos en las afueras de mi pueblo, Nuevo Blab. Y, lamentablemente, nunca oí del tal Battle. Tal vez alguien en el pueblo pueda ayudarte.
Clarissa extendió el brazo y tomó a Ariadna de la mano, llevándola hacia un pueblo cercano del que la niña no se había percatado.
Nuevo Blab era un pueblo más pequeño (si eso es posible) que Battle. Las casas eran pequeñas y pintorescas, con aspecto muy antiguo y campestre. Las calles estaban adoquinadas y solo personas y carruajes transitaban por alli. Las farolas, antiguas como las de Battle, contenían velas en su interior.
-¿Por qué sus faroles tienen velas y no lamparas electricas, señorita Clarissa? ¿Y por qué no hay autos en las calles?
-¿Lamparas eclepticas? ¿Qué se supone que es eso, jovencita? ¿Y que es un auto?
-¿No conocen la electricidad? Vaya... Pues... La electricidad esta en los truenos, señorita Clarissa. Como los hay cuando hay tormenta, esas luces que se prenden en el cielo, eso es electricidad.
-¿De qué hablas, niña? Los truenos no existen, son solo una ilusión.
-Perdoneme, señorita, pero los truenos si que existen. ¿Acaso no los ve? ¿No los oye?
-Pues yo nunca toque uno, y si no puedes tocarlo entonces no debe ser real. ¿Tienes hambre, Ariadna?
-Ya que lo dice... Si, no cené hoy.
-Bien, vamos a comprar algo de comer.
Clarissa condujo a la niña por unas intrincadas calles, pasando por escaparates y puestos callejeros, cruzandose con conocidos de la mujer y con vendedores ambulantes. Finalmente, hallaron una panadería, donde entraron. Al abrir la puerta, una alegre campanilla tintineó.
-Clarissa, que honor verte -exclamó la mujer alta y delgada como un palo detras del mostrador. Llevaba un delantal y un vestido purpura. Su rostro parecía el de una muñeca, tenía las mejillas grandes y rojas, salpicadas de pecas, los ojos pequeños y hundidos como los de un topo y una boca larga y regordeta. Por debajo de su sombrero de cocinera, asomaban unos cuantos cabellos negros-, ¿qué te trae por aquí? ¿Y quién es la señorita?
-Hola, Lila. Ella es Ariadna, y se perdió. La hallé en mis campos, mirando los soles con expresión absorta. Dice venir de un pueblo llamado Battle, ¿sabes dónde queda eso?
-¿Battle? -preguntó la panadera, pensandolo un instante-, pues no... Ni la menor idea. Pero esta jovencita tiene cara de hambrienta. ¿Quieres un pastel, cariño?
-Pues... No tengo dinero... -empezó Ariadna, pero la mujer la interrumpió.
-Tonterías, yo invito, muchachita -acto seguido, le alcanzó una torta individual de manzana.
-Muchas gracias, señorita Lila.
-No es nada, bonita -contestó, sonriendome-. Por cierto, deberían hablar con Leonardo, ya sabes, el cartógrafo. Si alguien sabe de lugares, ése es él.
-Gracias por tu ayuda, Lila. Y gracias por el pastel de la niña, ya pasaré a pagartelo.
-No digas tonterías. Suerte en tu viaje, Ariadna -al decir esto, Lila se quedó pensativa unos instantes, antes de agregar:-. Ariadna... Que nombre mas bonito y extravagante.
Salieron de la panadería, y entonces Clarissa tomó la bandeja de cartón del pastel de manzana. Y la arrojó al piso. Fue entonces que la niña se percató de lo mugrientas que estaban las calles.
-Por Dios, me pregunto cuándo alguien limpiará este lugar. Solo mira, es un chiquero, todo lleno de basura.
-Pero... -estaba por reprocharle que haya arrojado basura al piso, pero Ariadna se retractó. No podía perder la ayuda de Clarissa.
-Siempre es igual, el alcalde promete muchas cosas pero nunca hace nada. Hace un mes que dice que va a cambiar las velas de las farolas -acto seguido, la mujer se puso en puntas de pie y arrancó las velas de los faroles-, pero ya ves, nada. Me pregunto que... Oh, bueno, mira, ya llegamos.
Se encontraban en frente de una casa, al parecer bastante descuidada, donde un cartel denominaba el lugar como "Centro Cartográfico de Leonardo Bonavena". Clarissa avanzó hasta la puerta y golpeó levemente con los nudillos, antes de abrir y tirar de la niña hacia adentro.
Era una estancia bastante oscura, a pesar de los grandes ventanales. Estos ultimos tenian polvo de al menos cinco años acumulado, una capa tan gruesa que bloqueaba todo rayo de luz solar.
En el centro de la habitación había un muy amplio escritorio, en el que cuatro personas podrían trabajar de forma cómoda. Estaba cubierto de mapas, libros, papel cartográfico, plumas, tinta y lapices. Ariadna buscó con la mirada algún rastro de
vida, y lo más parecido a ello que encontró fue una figura delgada y oscura, encorvada en un rincón, al parecer leyendo un libro. Era un ser humano, por dificil que cueste creer. Encima del cuerpo delgado habia una cabeza de tamaño considerable, llena de cabello gris despeinado. De detrás de sus orejas asomaban las patillas de unos anteojos. Al oir el ruido de la puerta, el hombre lanzó una rapida mirada a la puerta y luego volvió a su libro. Pasaron dos o tres minutos, hasta que finalmente decidió incorporarse y sentarse detrás del escritorio.
-Hola -susurró con una voz que, al parecer, no usaba desde hace un largo tiempo. Se aclaró la garganta y repitió, con su voz profunda y grave-. Hola, ¿puedo ayudarlas en algo?
-¿Es usted el señor Bonavena? -inquirió Ariadna, aproximandose.
-Asi es, señorita -replico el delgado anciano sonriendo, al tiempo que se agachaba para estar a la altura de la niña-. ¿Y usted es...?
-Mi nombre es Ariadna, Ariadna Blacknut. Estaba regresando a mi casa, en Battle, Inglaterra, cuando encontré un anillo. Entonces una extraña criatura salto sobre mi y aparecí aquí, en los campos de la señorita Clarissa. No se como llegué aquí, y no sé cómo volver a casa. Nos dijeron que tal vez usted sepa el camino de regreso a mi casa.
El hombre se mesó el menton afeitado, pensativo. Luego, se acomodó los lentes de montura dorada y se giró en busca de unos libros. Pasados unos minutos, regresó junto a Ariadna y se puso en cuclillas. Le enseñó un viejo libro con las paginas ajadas por el paso del tiempo. En ellas se veía un mapa de Inglaterra, y en el sur de esta, estaba marcado Battle con un pequeño puntito rojo.
-¿Es este el lugar de donde vienes, pequeña? -inquirió el anciano.
-Pues... Sí, es este. Ahí esta mi pueblo. ¿Cómo puedo volver, señor?
El hombre se quedo pensando unos segundos. Luego miró a Clarissa, y luego volvió su mirada hacia Ariadna otra vez.
-Eso es lo dificil, jovencita... Este lugar, Inglaterra, asi como el mundo donde se encuentra, es un sitio de fantasía. Es un lugar que solo aparece en cuentos, leyendas y dibujos. Es un lugar inventado. Asi que... ¿Cómo ir a un lugar que no existe?
-Claro que existe -replico Ariadna, enfadada-. Yo vivo ahí. Mis padres y mis hermanos viven ahi, y tambien mucha mas gente.
-Lamento decirtelo, Ariadna, pero aquí Inglaterra es algo inexistente. No hay forma de devolverte alli.
Sin mucho mas que decir, te deseo lo mejor, Gustav, sabes que contas conmigo para lo que sea. Mucha felicidad en tus recien estrenados dieciocho años!
Tom (:
20 jul 2009
Asalto Improvisado.
Una vez dentro del banco, nos obligaron a los presentes (una mujer, tres hombres, cuatro empleados, el guardia de seguridad y yo) a tumbarnos en el suelo con las manos sobre la cabeza, y nos quitaron todos los celulares y objetos de valor que encontraron. Por fortuna, yo solo iba a sacar una tarjeta de crédito, y no llevaba una suma de dinero importante encima.
Mientras reflexionaba acerca de todo esto, Clark volvió a aparecer en el vestíbulo, con la bolsa, que antes estaba vacía, rebosando de fajos de dinero. Para desilusión de la niña que llevo dentro, la bolsa no tenía un gran símbolo de dólar pintada al frente. Cuando Clark entró en el vestíbulo y dejó la gran bolsa a un lado, el hombre gordinflón, medio calvo, con bigote de cepillo y anteojos de carey que estaba junto a mí se incorporó y se abalanzó hacia el dinero, vociferando algo sobre despidos y remuneraciones. Por su vestimenta y sus habladurías, supe que era un empleado del banco.
«Mala idea, cocodrilo» pensé al verlo moverse. Al instante un potente estallido retumbó en la sala silenciosa del banco, perforando mis tímpanos. El gordo empleado del banco cayó con un ruido sordo junto a mi, empezando a formar un charco de sangre a su alrededor. Con una mueca de asco, me aparté de él. Según su placa, la cual se estaba tiñendo de rojo, el hombre se llamaba Joe Williams y era el Gerente principal del banco. Sentí un poco de lastima por el tipo, en especial al ver una alianza dorada en el dedo anular de su mano derecha. Eso es lo que les pasa a los avariciosos, acaban con un agujero en la frente y plomo fundido en el cerebro.
Como era de esperarse, un grito/sollozo general recorrió el vestíbulo del banco cuando el gerente del lugar cayó al piso, fusilado. La mujer, que estaba a unos metros de mi, empezó a sollozar y a pedir que le devuelvan su dinero, que estaba asustada y que quería ir a casa. «Como si fueses la única, cariño» me reí en mis adentros.
-Que nadie mas intente hacerse el listo o terminarán como el gordinflón –vociferó Ralph, el encapuchado número dos y al parecer el cabecilla del dúo. Noté cierto nerviosismo en su voz: los vecinos no iban a tardar en llamar a la policía luego de escuchar ese disparo.
-Ya vacié la caja, Rick –susurró Clark a Ralph, quien al final resultó llamarse Rick-. Vayámonos antes de que llegue la policía.
-Sí, dame un minuto. Debo limpiar esto… -dijo Rick/Ralph, mientras sacaba un trapo con un líquido extraño y limpiaba todo lugar que hubiesen tocado-. Mientras acabo aquí, llévate al muerto atrás, que esta no es una escena muy agradable para las damas –masculló, refiriéndose a mi y a la mujer con el ataque de histeria.
«Será un asesino a sangre fría, pero al menos tiene consideración con las mujeres» pensé. Clark se acercó a mí y tomó a Williams de las axilas, tirando de él. El peso fue mayor de lo que esperaba (al fin y al cabo, el tipo era un peso muerto), por lo cual el revólver se zafó de su mano izquierda y cayó dando vueltas junto a mi. Qué ironía, el cañón terminó de girar y quedó apuntando hacia Clark, quien durante un corto lapso me miró con miedo y estupefacción. Entonces fue como si algo cambiase en mi, como si alguien dentro de mi cerebro pulsase un interruptor. Mi punto de vista cambió rotundamente. Ahora lo vi bien claro: no podía desperdiciar la ocasión.
Con movimientos rápidos y precisos, tomé la pistola de Clark. Me incorporé y antes de que pudiese hacer nada, le disparé entre los ojos, los cuales me miraron de forma atónita, asustada y atolondrada a la vez. Su miserable vida acabó en un pestañeo.
Antes de que Rick/Ralph se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, le disparé en el hombro derecho. A causa del dolor y la sorpresa, soltó el arma y el trapo húmedo, los cuales cayeron a escasos centímetros de la mano del guardia de seguridad del banco. Previendo sus movimientos y cómo actuaría el hombre, disparé en el hueco entre su mano y la pistola.
-Ni lo pienses, compinche –le dije, incorporándome y tomando el segundo revólver.
-¿Quién demonios eres? –preguntó Rick/Ralph con un gemido de dolor, sujetándose el sangrante hombro derecho.
-¿No te enseñaron a respetar a una dama, maleducado? –le dije, golpeándole con la culata del revolver en el hombro herido, lo que le hizo soltar un gemido de dolor-. Ahora déjame ver que hago con este desastre… Bueno, primero que nada, dame ese dinero.
Sin vacilar, le quité la bolsa de las manos y saqué uno de los fajos de billetes y conté estos últimos. Cada fajo traía cincuenta billetes de cien dólares.
-¿Cuánto dinero crees que haya en esta bolsa, Ralph? –inquirí.
-¿Ralph? Me llamo Ri…
-Cierra el pico –dije, asestándole otro culatazo, lo que provocó otro gemido-. Contesta la pregunta o te patearé en un sitio más sensible que una herida de bala.
-Hay cerca de… dos millones de dólares.
-Vaya, tú y tu fallecido amigo no son ningunos tontos. Trajeron una bolsa bien grande. Bueno, bueno… El que desperdicia, después codicia, ¿no es cierto, Ralph?
Empecé a tomar unos cuantos fajos y a guardarlos en la cartera de una mujer. Conté veinte fajos y cerré la cartera.
-Como veras, Ralphie, soy una mujer generosa. Sólo tomé cien mil, el resto te lo dejo a ti. Ahora, veamos si lo de “Ladrón que roba a ladrón, cien años de perdón” es verdad.
Tomé un celular bastante moderno de la cartera que tomé, de esos que traen Internet, cámara de fotos, GPS y una lima de uñas incluida. Marqué el 911 y pulsé el botón para llamar.
-911, ¿Cuál es su emergencia? –preguntó una voz femenina al otro lado de la línea.
-¡Ha habido un asalto en el Banco Central de New Hampshire! –Vociferé sollozando, intentando parecer histérica y alterada. Los rehenes me miraban con desconcierto, por lo que les apunté con el revólver a modo de advertencia-, calle Kingston numero 348, por favor envíen a una ambulancia rápido, el ladrón le disparó a un empleado y a su propio cómplice antes de huir –me tomé unos segundos para fingir un sollozo alterado. Vi como Rick/Ralph me miraba con odio. Le apunte con el revólver a el también-. Nos tuvieron de rehenes como media hora, por favor, envíe una patrulla rápido, no debe estar lejos, lo vi huir en dirección sur…
-Cálmese, señora. ¿Están usted y el resto de los rehenes fuera de peligro?
-S-si, el ladrón huyó con el dinero de la bóveda, ¿acaso no me oye? Su compañero y el gerente están muertos… Hay tanta sangre… ¡Por Dios, apúrense! El fugitivo lleva chaqueta marrón y una media a modo de máscara, y tiene una bolsa de tela con como dos millones…
-Tranquila, señora. ¿Cuántos rehenes son?
-Aparte de mi, hay cuatro hombres, y los dos muertos… Dios, es mucha sangre… Creo que voy a vomitar.
-No se preocupe, en segundos cuatro patrullas rastrillaran el área. Enviaremos una ambulancia, por favor asegúrese que nadie se mueva y de que…
-Oh, Dios mío, volvió, ¡el ladrón volvió! –grité en un tono histérico. Acto seguido, dispare hacia la bóveda y corté la comunicación. Tomé la bolsa con dinero y se la extendí al asaltante-. Ahora bien, Ralph, Rick o como demonios quieras llamarte, te diré que es lo que haremos. Hiciste un buen trabajo eliminando todo registro sobre los ingresos del banco, así que te dejaré huir con un millón novecientos mil dólares en efectivo. Al fin y al cabo, ¿Quién necesita tanto dinero? Yo solo me llevare cien mil. Te daré uno de los revólveres, y cuando lo haga saldrás corriendo en dirección sur. Yo, por mi parte, me iré en silencio y sin molestar, y hasta luego cocodrilo, ya nos veremos caimán. No te olvides de escribir.
-Estúpida, los testigos se irán de lengua –respondió el tipo, escupiendo el piso. Se había hecho un improvisado torniquete en el hombro baleado con la bufanda de uno de los empleados.
Con expresión exasperada, levanté las dos pistolas y liquidé a los ocho rehenes aún vivos.
-Ya está, ¿feliz? El único que puede irse de lengua ahora eres tu, mi querido Ralphie, y dudo que la policía le crea a un demente que asesinó a diez personas y huyó con dos millones en metálico, ¿tú que crees?
-Me repugnas, muñeca. Hasta los ladrones tenemos códigos. No meterse en los asuntos de otro ladrón es uno, deberías aprenderlo.
-Al demonio contigo y con tus códigos –le contesté, asestándole una patada-. Ya oigo las sirenas –tomé uno de los revólveres y le quité todas las balas que quedaban, las cuales dejé encima del mostrador del banco. Se lo di a Rick/Ralph, quien lo tomó de mala gana. Acto seguido, limpié el celular que había tomado con el paño de Rick/Ralph y con cuidado se lo puse en la mano a la mujer. Todo era perfecto.
-Hora de correr, amiguito –le dije, guardándome el revolver y saliendo afuera, fingiendo que nada pasó. Con disimulo, recorrí un par de cuadras perdiéndome entre la multitud. A lo lejos, oí gritos y un tiroteo. Parecía que Rick/Ralph se había resistido. Lástima, era un tipo inteligente.
Tomé un taxi y me alejé de la escena.
-Señora, llegamos a destino. Son diez dólares.
-Tome, colega, y guárdese el vuelto –le dije, extendiéndole uno de los billetes de cien. Antes de que dijese algo, me bajé del coche y me dirigí a la puerta de la gran casa que había enfrente de mí. En el momento en que toqué la perilla de la puerta, el botón que algo o alguien había presionado en mi cerebro rato antes se apagó. Entré, y una horda de niños harapientos me rodeó, gritando y riendo. Esbozando una sonrisa, los abarqué a todos con mis brazos y les di un fuerte abrazo.
-Lanna, ya llegaste –exclamó una muchacha joven, de tez morena y cabello oscuro. Sonreía y llevaba una jarra en una mano y un recipiente lleno de galletas en la otra.
-Disculpa, Piper –conteste, librándome de los niños y abrazándola-. Tuve un par de inconvenientes de camino aquí.
-¿Pudiste sacar la tarjeta de crédito?
-Pues… De eso necesito hablar contigo y los niños.
-Claro… ¡Vamos, niños, todos callados que la tía Lanna tiene algo que decir!
Los pequeños estuvieron inquietos unos momentos más, y finalmente se sentaron en silencio.
-Debo darles una mala noticia… -empecé, pero la boca se me secó enseguida. Sintiendo que las lágrimas se agolpaban en mis ojos, decidí decirlo de forma directa-. Me voy a ir hoy. Ya no nos volveremos a ver.
Todos me miraron con expresión triste. Los niños mayores, cerca de los doce años, bajaron la cabeza. Estaban acostumbrados a perder seres queridos. Piper, la dueña del orfanato, me miro con consternación.
-Pero no me iré y los dejaré con las manos vacías, eso nunca. Le dejare a la tía Piper mucho dinero para que todos puedan vivir en una casa mejor, con muchas cosas, como televisión, y videojuegos, y mucha, pero mucha comida –al decir esto, las lágrimas se empezaron a derramar de forma imparable por mi rostro-. Recuerden que somos… Somos una familia. Todos. Nunca lo olviden, niños, pase lo que pase. El amor es algo que nada ni nadie puede superar o derrotar. Deben mantenerse unidos en todo momento, y todo saldrá bien. Háganlo… Háganlo por mí. Cuiden a la tía Piper y cuídense entre ustedes. Protéjanse. Saben lo mucho que los quiero a todos. Nunca, nunca los olvidaré. Siempre estarán en mi corazón.
Ya llorando a lágrima viva, me pare y caminé diligentemente hacia el baño, sabedora de que Piper me seguiría. No fue hasta segundos más tarde que su mano tocó mi hombro levemente.
-¿Qué demonios se supone que fue todo eso, Lanna? ¿Qué te ocurre?
-Piper… Tengo cien mil dólares en mi cartera. Es suficiente para darles a los niños una buena vida por un largo rato. Yo ya no volveré, no puedo.
-¿Volviste a robar? ¿¡Pero qué estabas pensando, Lanna?!
-Por favor, Piper, nadie en ese sitio extrañará cien mil dólares. Tienen millones de esos. Se limpian el trasero con billetes de cien. Ya es demasiado tarde, de todos modos. Toma el dinero y no digas nada. Hazlo por ti. Por los niños, Piper. Sabes que ellos se lo merecen más que nadie.
-Lanna…
-Ya basta. Es muy tarde. Debo irme ya.
-¿Qué piensas hacer? –me pregunto, tomándome de la mano. Estaba temblando-. ¿Es otra vez ella?
-Adiós, Piper –susurré sin responderle. Sí, era ella de vuelta.
Sin decir una palabra más, me fui. Los niños estaban en sus cuartos (Piper se había asegurado de alejarlos). Mejor aún, me ahorraría una escena difícil.
Caminé sin un rumbo fijo durante un largo rato, y finalmente llegué a las afueras del pueblo. En esta zona predominaban los viejos almacenes abandonados, y solo un par de coches transitaban por la carretera. Visualicé el más alejado del pueblo y empujé la puerta, pero entonces vi que tenía un candado. Saqué la pistola de mi bolsillo y disparé de forma certera, volando el viejo candado en pedazos por los aires. Entré al lugar, donde solo había cajas viejas, redes y otros elementos de pesca. Me fui hasta al fondo, me senté sobre una caja y pensé. Pensé durante un largo rato, todo lo que hice y lo que no hice, mis logros y mis derrotas, mis defectos y mis virtudes. Cuando finalmente salí de mi ensimismamiento, vi que por los grandes ventanales ubicados en la parte superior del depósito ingresaba la luz del crepúsculo. Ya habían pasado, como mínimo, tres horas. Suspiré, obligándome a no alargarlo más. Levanté el revólver, me lo puse en la boca y, con el rostro bañado en lágrimas, jalé el gatillo.
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Bueno, los días como hoy (lunes) no improvisaré. ¿La razón? Los lunes suelo estar agotado mentalmente, ya saben: nuevo comienzo escolar, retomar las actividades, dormir poco... Es horrendo. Así que los lunes publicaré cosas viejas, que ya escribí. El cuento de hoy, que en un principio se llamaba "La Historia de Lenna", lo escribi en una madrugada hará una semana y media. Fue algo totalmente improvisado, y casi igual al borrador de esa madrugada es lo que les presento hoy. Lo alargué un poco y añadí un par de cosas, ademas de corregir un par de errores. Bien, eso es todo, cocodrilos. Enjoy it!
Tom (:
19 jul 2009
Fresias.
Miré a mi alrededor. La señorita Fresia observaba al médium, quien estaba sufriendo una clase de ataque epiléptico en el piso, dando brincos y pegando alaridos. La joven se llevó una mano a la boca y ahogó un gemido.
Lisandro intentaba traer de vuelta al difunto esposo de la señorita Fresia D'Agostino. El hombre había perecido hace dos años por intoxicación de mercurio. El señor D'Agostino tenía veintiséis años al momento de su muerte, y había dejado muchas preguntas sin respuesta en el mundo de los mortales.
-Haga que pare -sollozó la señorita Fresia, mirando hacia otro lado-. Ya no quiero hablar con Edgar, no quiero. Les pagaré igual, sólo haga que pare.
-Lo siento, señorita, pero ya es demasiado tarde. No puedo pararlo -repliqué. Lisandro había detenido sus convulsiones, pero ahora temblaba incontrolablemente y murmuraba su perorata un poco mas despacio y mas alto, de modo que yo, Fresia y su hermana oimos a la perfección cada palabra. Habló sin hacer pausa alguna.
-Las fresias son grandes son rojas son verdes son bellas son frescas las fresias estan llorando porque me dejaste dijiste que no me dejarias babyluv babyluv dijiste que NO ME DEJARIAS VUELVE AQUI MALDITA ZORRA ME DIJISTE QUE NO ME ABANDONARIAS babyluv vuelve no me dejes las fresias son muy grandes son muy rojas son muy negras son malas muy malas y tienen hambre mucha hambre tienen jambre jambre y me comeran salvame SALVAME ZORRA SE SUPONIA QUE ME SALVARIAS SALVAME salvame salvame babyluv lo prometiste.
Rodee a la mujer con el brazo. Las cosas podían ponerse feas.
-¡HAZ QUE SE CALLE! -me gritó Fresia, practicamente perforando mi oído.
-Esto es suficiente, nunca debimos haber venido aquí -exclamó la hermana, Lucilda, empujandome a un lado y abrazando a su hermana-. Tome su dinero. Nos marchamos de aquí.
-Le recomiendo que no se marche -dije, mientras el medium seguía murmurando su discurso, echado en el suelo, detras de mi. Sus ojos lagrimeaban y sangraba por la nariz-, no se marche al menos hasta que el espíritu abandone el cuerpo de Lisandro. Si se fuese ahora, podría ocasionarle graves repercusiones, además de irremediables, a su hermana.
-Es obvio que dice eso para ganar mas dinero -susurro Lucilda, fulminandome con la mirada.
-No -dijo Fresia con un hilo de voz, apenas audible-. Nos quedaremos, Lucilda.
La hermana contrajo el rostro en una mueca de desacuerdo. Estoy seguro de que si la situación hubiese sido otra, Lucilda hubiese tomado a Fresia de los pelos y la hubiese sacado de alli a la fuerza. Por el contrario, la joven viuda se acercó a Lisandro y le limpió las lágrimas, el sudor y la sangre con su pañuelo.
-¿Edgar? ¿Puedes oirme?
La mano de Fresia temblaba. Acarició como pudo el rostro de Lisandro.
-Fresias son muchas son grandes babyluv babyluv te quieren a ti las fresias quieren a su reina ven aqui conmigo consuelame amame diles que soy bueno ellas no me creen te quieren a ti vuelve conmigo no me dejes otra vez...
-Volveré contigo. Sólo enseñame el camino.
-Fresias por todos lados luz luz solo luz hielo sin frio fuego sin calor es horrible tienes que sacarme sacame babyluv sacame ya SACAME YA MALDITA ZORRA SACAME.
Mientras Fresia lloraba con el rostro entre los brazos, Lisandro sufrió un nuevo sacudón, sus ojos se cerraron y su cuerpo se quedó en quietud.
-Ya acabó -anuncié, suspirando.
Lucilda tomó a la sollozante Fresia y se la llevó de allí sin decir ni una sola palabra.
No volvi a saber de ellas hasta luego de siete años. Lisandro había sido asesinado por un cliente insatisfecho en ese lapso: una bala en la cabeza había acabado con el negocio. Terminé abriendo una tienda de víveres, que me alcanzaba para vivir. Fue asi que un día apareció en la primera plana del periódico local que la acaudalada señora Fresia D'Agostino había sido encontrada muerta en su cuarto. Presentaba varias hemorragias internas, pero ninguna causa exacta. Observe en las necrologicas que había sido enterrada la semana pasada en un cementario cercano. Al cerrar la tienda esa noche, me acerqué caminando hasta el lugar y busqué la sección especificada en el diario. No tardé en dar con la tumba de la señorita D'Agostino: estaba rodeada de fresias. Fresias rojas, fresias negras, fresias verdes, todas grandes y todas bañadas de rocío. Sentí que un escalofrío me subía por la espalda. A pesar de haberme dedicado a lo paranormal durante gran parte de mi vida, nunca había creído del todo que fuese real, pero cada vez que veía las pruebas sobre lo serio que era el asunto... Temía. Temía por mi vida, temía por haber desafiado a Dios. Tomando cuidado de que nadie me viese, salí corriendo del lugar como alma que lleva el diablo, sin mirar atrás. El aroma a fresias me despierta cada mañana desde entonces.
La idea de este blog es hacer cosas espontáneas y no revisarlas, dejarlas tal cual salieron de mi cabeza. Es por eso que probablemente encuentren errores en los 363 cuentos restantes, asi que vayan armandose de paciencia.
Espero que lo disfruten. Es un relato bastante libre, no tome muchas cosas de lo paranormal en cuenta, asi que sepan disculpar xD
Nos veremos, cocodrilos.
Tom (:
18 jul 2009
Ballena.
Descubrí que de hecho, sí tenia manos, pero estas eran muy pequeñas y alargadas. Me sentía muy extraño, pesado, más grande de lo que en realidad soy. El vidrio con agua donde me encontraba era muy amplio, más amplio que ningun lugar donde hubiese estado. Debajo, unas pequeñas personas con ropajes dorados y manos pequeñas como las mías caminaba por el lugar, todas juntas y con expresion solemne. Me acerqué a ellas, y descubrí que tenía hambre, y que esas personas se veían apetitosas. Abrí mi boca (la cual era más grande de lo que recordaba) y con una inmensa bocanada me los trague a todos, o a su mayoría. Los sentía moverse dentro de mi amplia boca, intentando salir, pero sin éxito. Ahora me sentía un poco mejor.
Lentamente los recuerdos volvieron a mí. Ya no era un hombre, era un nuevo ser. El hombre que había sido había muerto, y ahora había reencarnado, tal como mi Dios lo había prometido. Mis creencias no eran falsas, y moría por decirselo al mundo. El problema era que de mi boca, lo único que salía eran lamentos, y no podía demostrar que el hinduismo era real. En fin, ¿qué importaba eso ahora? Usando mis manos chatas, me movi un rato mas por mi gran jaula y luego me quedé quieto, descansando. Sabía que al despertar volvería a olvidar, y esta vez olvidaría mas cosas. Y al día siguiente olvidaría el doble. Y finalmente, un día despertaría sin recuerdos de ninguna clase. Ya no quedaría un ápice de humanidad en mí.
El nombre, "Boo'ya Moon" (ignoren el "the" de la URL, algún estúpido me robó el nombre), proviene de "La Historia de Lisey", una maravillosa novela de Stephen King. Boo'ya Moon es un mundo donde nos lleva la imaginación, donde se encuentra el lago adonde todos acudimos a beber, a nadar, e incluso algunos osados, a pescar.
De ese mismo lago pesqué al cetáceo de este cuento. A decir verdad, fue una presa fácil, y no muy extraordinaria. Me recuerda mucho al cuento "Axolotl", de Cortázar. En realidad, lo que busco expresar con este microcuento es el poder de la creencia. Soy de los que afirman que si crees fervientemente en algo, ese algo entonces existirá. Creo que la gente que cree en la reencarnación con fervor, termina reencarnando, como ocurre con el personaje de esta historia. También creo que los que creen en el paraíso cristiano, entonces irán a él. Que los que creen que la muerte es el fin, entonces el fin será. Creo que ninguna religión es falsa. Asi que bien, espero que hayan disfrutado de esta pequeña tontería que escribí en... dejenme ver... 20 minutos xD.
Ah, si. El cuento esta dedicado a la mamá de un querido amigo mío. Esperemos que la señora en cuestión aún respire.
Tom (: