22 jul 2009

El Viaje de Ariadna - Primera Parte.

1.
Mucho Ruido y Pocas Nueces.

Ariadna Blacknut era una niña de doce años. Su cabello era tan negro como la obsidiana, y sus ojos tan azules como dos zafiros. Ariadna era una niña muy inteligente y atenta, servicial y por sobre todo muy educada. Tenía muy buenas notas en la escuela, y mantenia una gran relación con sus compañeros de clase, sus profesores, sus padres y sus hermanos.
La joven Ariadna vivía en una preciosa casa en la pequeña ciudad de Battle, en Inglaterra. Battle era un pueblo bastante pequeño, sin muchos disturbios y con poca notoriedad. Nadie que no estuviese en cien kilómetros a la redonda conocía el lugar.
La niña estaba sentada al pie de un gran roble, donde solía ir todas las tardes a leer. Estaba ensimismada con las últimas páginas de “Alicia en el País de las Maravillas”, tanto, que el tiempo pasó como un vendaval por delante de sus ojos y la noche hizo rápidamente acto de presencia. Cuando la oscuridad fue tal que Ariadna no pudo leer, miro el reloj de bolsillo dorado que su padre le había dado antes de morir y observo atónita la hora: las ocho treinta y siete. Su madre la regañaría, y probablemente la castigara.
Apurada, se levantó de golpe y guardo todas sus pertenencias, tomó su mochila (que contenía una merienda que el libro le impidió comer), la colocó en su espalda y partió rauda rumbo a casa. El camino era bastante corto. Las angostas calles estaban intransitadas y unos faroles antiguos irradiaban una luz electrica color naranja a las fachadas de las tiendas y las casas. Varias parejas y familias aprovechaban la calidez veraniega para dar un pequeño paseo por las calles, deteniéndose de tanto en tanto delante de algún escaparate o entrando en alguna tienda. Solamente dos o tres autos marchaban por las calles silenciosas. Ajena a ellos, Ariadna apretó el paso, pero se frenó repentinamente. En el callejón que había entre la licorería del señor Lupus y la tienda de ropa de madame Button algo acababa de destellar con un brillante fulgor violeta. Invadida por la curiosidad y desoyendo las ordenes de su madre de no apartarse del camino en la noche, la niña se acercó al lugar. Rebuscó entre tarros de basura y cajas viejas un objeto que pudiese haber despedido semejante resplandor, equivalente al del flash de una cámara fotográfica. Estaba por darse por vencida cuando vio un hermoso anillo bajo una cáscara de banana, dentro de una caja de comidas rápidas con media hamburguesa sin comer. Era una mezcla entre el color plateado y el negro, y en el centro habia una hermosa piedra preciosa en bruto color violeta. Todo el anillo estaba cuidadosamente labrado, aunque debido a la oscuridad, Ariadna no podía distinguir las formas. Nunca había visto algo tan magnifico, ni siquiera en fotos. Embelesada, se calzó el anillo en el dedo anular de la mano izquierda, y la levanto para admirarlo. Estaba por disponerse a volver, cuando oyó una especie de gruñido detrás suyo. Se volteó rapidamente, alcanzando a ver como una sombra negra semejante a una gran sábana. La extraña criatura soltó un aterrador chillido y más veloz que un chita saltó sobre ella. Asustada, Ariadna retrocedió con rapidez, chocándose contra un basurero y cayendo al suelo. Con un pequeño gemido, cerró los ojos, puso sus manos delante de su cara en un vano intento de protegerse, esperando su final… Pero nada pasó. Temerosa, abrió los ojos lentamente. El oscuro callejón había desaparecido. La ciudad había desaparecido. La noche había desaparecido. Transformándose ahora sus ojos en dos platos, Ariadna miró hacia todos lados, asustada, emocionada y muy sorprendida. Estaba en medio de un campo florido, con el césped crecido hasta mas arriba de las rodillas (si su padre estuviese vivo y estuviese aquí, se hubiera desmayado del horror) y bajo un hermoso cielo azul despejado. No había una sola nube en todo el firmamento. Buscó unos momentos el sol, pero no tardo en encontrar no un sol, sino dos de ellos. El más grande era de color anaranjado, grande como un tapacubos, y el más pequeño, un poco mas abajo y a la izquierda del otro, era rojo y del tamaño de una moneda. Sin poder dar crédito a lo que veía, la niña se frotó los ojos con la mano, esperando abrirlos y ver que todo había sido una vana ilusión provocada por un golpe contra un tarro de basura o algo parecido. Se llevó las manos al rostro, y entonces una suave voz femenina se oyó a sus espaldas.
-¿Y quién se supone que eres tu, jovencita?
Con un respingo, Ariadna se dio vuelta. Frente a ella había una mujer menuda, un poco más alta que ella, con ropajes antiguos y un sombrero con ala caída.
-Mi nombre es Ariadna, señorita –contestó ella, titubeando un poco.
-Es un gusto, Ariadna. Yo soy Clarissa. ¿De donde vienes? ¿Qué haces en medio de mi campo?
-N-no sé como llegué aquí, señorita Clarissa. Estaba en el callejón de la licorería del señor Lupus cuando una sombra inmensa me salto encima. Abrí los ojos y me encontraba aquí. ¿Podría usted indicarme como regresar a Battle, por favor?
-¿Licorería? ¿Señor Lupus? ¿Battle? Me temo que no entiendo de qué estas hablando, joven Ariadna.
-Battle es el pueblo donde vivo. No es muy conocido, pero no puedo haberme alejado tanto de él como para… ¿Dónde estamos exactamente, señorita?
-Nos encontramos en las afueras de mi pueblo, Nuevo Blab. Y, lamentablemente, nunca oí del tal Battle. Tal vez alguien en el pueblo pueda ayudarte.
Clarissa extendió el brazo y tomó a Ariadna de la mano, llevándola hacia un pueblo cercano del que la niña no se había percatado.
Nuevo Blab era un pueblo más pequeño (si eso es posible) que Battle. Las casas eran pequeñas y pintorescas, con aspecto muy antiguo y campestre. Las calles estaban adoquinadas y solo personas y carruajes transitaban por alli. Las farolas, antiguas como las de Battle, contenían velas en su interior.
-¿Por qué sus faroles tienen velas y no lamparas electricas, señorita Clarissa? ¿Y por qué no hay autos en las calles?
-¿Lamparas eclepticas? ¿Qué se supone que es eso, jovencita? ¿Y que es un auto?
-¿No conocen la electricidad? Vaya... Pues... La electricidad esta en los truenos, señorita Clarissa. Como los hay cuando hay tormenta, esas luces que se prenden en el cielo, eso es electricidad.
-¿De qué hablas, niña? Los truenos no existen, son solo una ilusión.
-Perdoneme, señorita, pero los truenos si que existen. ¿Acaso no los ve? ¿No los oye?
-Pues yo nunca toque uno, y si no puedes tocarlo entonces no debe ser real. ¿Tienes hambre, Ariadna?
-Ya que lo dice... Si, no cené hoy.
-Bien, vamos a comprar algo de comer.
Clarissa condujo a la niña por unas intrincadas calles, pasando por escaparates y puestos callejeros, cruzandose con conocidos de la mujer y con vendedores ambulantes. Finalmente, hallaron una panadería, donde entraron. Al abrir la puerta, una alegre campanilla tintineó.
-Clarissa, que honor verte -exclamó la mujer alta y delgada como un palo detras del mostrador. Llevaba un delantal y un vestido purpura. Su rostro parecía el de una muñeca, tenía las mejillas grandes y rojas, salpicadas de pecas, los ojos pequeños y hundidos como los de un topo y una boca larga y regordeta. Por debajo de su sombrero de cocinera, asomaban unos cuantos cabellos negros-, ¿qué te trae por aquí? ¿Y quién es la señorita?
-Hola, Lila. Ella es Ariadna, y se perdió. La hallé en mis campos, mirando los soles con expresión absorta. Dice venir de un pueblo llamado Battle, ¿sabes dónde queda eso?
-¿Battle? -preguntó la panadera, pensandolo un instante-, pues no... Ni la menor idea. Pero esta jovencita tiene cara de hambrienta. ¿Quieres un pastel, cariño?
-Pues... No tengo dinero... -empezó Ariadna, pero la mujer la interrumpió.
-Tonterías, yo invito, muchachita -acto seguido, le alcanzó una torta individual de manzana.
-Muchas gracias, señorita Lila.
-No es nada, bonita -contestó, sonriendome-. Por cierto, deberían hablar con Leonardo, ya sabes, el cartógrafo. Si alguien sabe de lugares, ése es él.
-Gracias por tu ayuda, Lila. Y gracias por el pastel de la niña, ya pasaré a pagartelo.
-No digas tonterías. Suerte en tu viaje, Ariadna -al decir esto, Lila se quedó pensativa unos instantes, antes de agregar:-. Ariadna... Que nombre mas bonito y extravagante.
Salieron de la panadería, y entonces Clarissa tomó la bandeja de cartón del pastel de manzana. Y la arrojó al piso. Fue entonces que la niña se percató de lo mugrientas que estaban las calles.
-Por Dios, me pregunto cuándo alguien limpiará este lugar. Solo mira, es un chiquero, todo lleno de basura.
-Pero... -estaba por reprocharle que haya arrojado basura al piso, pero Ariadna se retractó. No podía perder la ayuda de Clarissa.
-Siempre es igual, el alcalde promete muchas cosas pero nunca hace nada. Hace un mes que dice que va a cambiar las velas de las farolas -acto seguido, la mujer se puso en puntas de pie y arrancó las velas de los faroles-, pero ya ves, nada. Me pregunto que... Oh, bueno, mira, ya llegamos.
Se encontraban en frente de una casa, al parecer bastante descuidada, donde un cartel denominaba el lugar como "Centro Cartográfico de Leonardo Bonavena". Clarissa avanzó hasta la puerta y golpeó levemente con los nudillos, antes de abrir y tirar de la niña hacia adentro.
Era una estancia bastante oscura, a pesar de los grandes ventanales. Estos ultimos tenian polvo de al menos cinco años acumulado, una capa tan gruesa que bloqueaba todo rayo de luz solar.
En el centro de la habitación había un muy amplio escritorio, en el que cuatro personas podrían trabajar de forma cómoda. Estaba cubierto de mapas, libros, papel cartográfico, plumas, tinta y lapices. Ariadna buscó con la mirada algún rastro de
vida, y lo más parecido a ello que encontró fue una figura delgada y oscura, encorvada en un rincón, al parecer leyendo un libro. Era un ser humano, por dificil que cueste creer. Encima del cuerpo delgado habia una cabeza de tamaño considerable, llena de cabello gris despeinado. De detrás de sus orejas asomaban las patillas de unos anteojos. Al oir el ruido de la puerta, el hombre lanzó una rapida mirada a la puerta y luego volvió a su libro. Pasaron dos o tres minutos, hasta que finalmente decidió incorporarse y sentarse detrás del escritorio.
-Hola -susurró con una voz que, al parecer, no usaba desde hace un largo tiempo. Se aclaró la garganta y repitió, con su voz profunda y grave-. Hola, ¿puedo ayudarlas en algo?
-¿Es usted el señor Bonavena? -inquirió Ariadna, aproximandose.
-Asi es, señorita -replico el delgado anciano sonriendo, al tiempo que se agachaba para estar a la altura de la niña-. ¿Y usted es...?
-Mi nombre es Ariadna, Ariadna Blacknut. Estaba regresando a mi casa, en Battle, Inglaterra, cuando encontré un anillo. Entonces una extraña criatura salto sobre mi y aparecí aquí, en los campos de la señorita Clarissa. No se como llegué aquí, y no sé cómo volver a casa. Nos dijeron que tal vez usted sepa el camino de regreso a mi casa.
El hombre se mesó el menton afeitado, pensativo. Luego, se acomodó los lentes de montura dorada y se giró en busca de unos libros. Pasados unos minutos, regresó junto a Ariadna y se puso en cuclillas. Le enseñó un viejo libro con las paginas ajadas por el paso del tiempo. En ellas se veía un mapa de Inglaterra, y en el sur de esta, estaba marcado Battle con un pequeño puntito rojo.
-¿Es este el lugar de donde vienes, pequeña? -inquirió el anciano.
-Pues... Sí, es este. Ahí esta mi pueblo. ¿Cómo puedo volver, señor?
El hombre se quedo pensando unos segundos. Luego miró a Clarissa, y luego volvió su mirada hacia Ariadna otra vez.
-Eso es lo dificil, jovencita... Este lugar, Inglaterra, asi como el mundo donde se encuentra, es un sitio de fantasía. Es un lugar que solo aparece en cuentos, leyendas y dibujos. Es un lugar inventado. Asi que... ¿Cómo ir a un lugar que no existe?
-Claro que existe -replico Ariadna, enfadada-. Yo vivo ahí. Mis padres y mis hermanos viven ahi, y tambien mucha mas gente.
-Lamento decirtelo, Ariadna, pero aquí Inglaterra es algo inexistente. No hay forma de devolverte alli.

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Bueno, antes que nada... ¡FELIZ CUMPLE, GUS! Este es un pedazo de tu regalo de cumpleaños. Es una historia que tengo pensada desde hace bastante, un cuento con elementos de Alicia en el Pais de las Maravillas y de El Mago de Oz, pero (espero) nada similar a ellos. Se debe a este cuento y los bloqueos que me trajo hasta el momento (tres, y bastante largos) que llevo dos dias sin postear. Como compensacion, tal vez postee otro trozo de esta historia, pues ahora me vino la inspiracion de repente.
Sin mucho mas que decir, te deseo lo mejor, Gustav, sabes que contas conmigo para lo que sea. Mucha felicidad en tus recien estrenados dieciocho años!

Tom (:

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