22 jun 2015

En la fila del cajero

Clank, clank, clank, clank. El ruido que hace el mecanismo que eleva a los pintores por la fachada del edificio es cuanto menos sonoro. Con cada "clank" parece que una cuerda se cortará y los dos trabajadores se precipitaran dentro de su receptáculo celeste en dirección a la acera, como si un pedacito de cielo quisiera suicidarse.

Clank, fsss, clank, fsss. En vez de caer, se elevan cada vez más, las cuerdas deslizándose en los rieles con un siseo reptiliano, sibilantes en su ascenso. Los pintores miran las nubes cenicientas con cierta añoranza a medida que se acercan, como si quisieran volverse una torre de Babel y tocar el sol con las manos antes de que sea la hora de la cena. Algo dentro mío vibra con insistencia y gravedad, como la cuerda de un contrabajo en un vibrato eterno. En ese siseo constante lo veo todo claro por un instante: un golpe fatal, una soga que se suelta, un grito y por último el rancio olor de la muerte.

Zzzzzzzzzzn CHACK. Con un chasquido sonoro la cuerda se corta. El silencio que se genera sigue siendo igual de angustiante. La premonición fatal nace y crece en mi mente, como un tercer ojo que se abre y observa, un augurio de lo que va a pasar. Es una necesidad profética, un instinto imparable. Puedo vislumbrar mi futuro como psíquico, analizando las variables y los destinos en algún programa de televisión, escribiendo libros sobre diferentes horóscopos y los astros alineados y la borla de café instantáneo que compro religiosamente en el super de la esquina, transmitir las verdades a altas horas de la madrugada en un programa de radio local mientras cincuentonas angustiadas y agobiadas por la rutina llaman y escriben incesantemente con la ilusión de que los dioses del Olimpo, del antiguo Egipto o de cualquier lado tengan algo inmenso guardado para ellas y yo sea aquel que sepa transmitírselos. ¿Un divorcio tal vez? ¿Una tarde de compras sin culpa? ¿Esa lencería erótica con la que finalmente insinuarse al vecino de abajo?

Crietch, pat, pat, pat. Dejo de divagar al ver que la cabina no cayó ni desapareció, excepto en mi mente, sino que llegó a lo más alto del edificio y ahora se camufla con el cielo. Lo único roto fue esa tensión interna que me invadía, la ilusión de poderes superiores que tenía. Busco con la mirada en las alturas y veo que los pintores ya no están en el cubículo cerúleo, sino que se alejan paso a paso sobre el techo con el almuerzo en la mano y sus mejores piropos preparados para toda aquella fémina que atraviese la acera. Al menos, gracias a las alturas, ellas no se enterarán jamás de esa absurda competencia. Mi prometedor futuro como profeta se desvanece como el humo del cigarrillo de la anciana que pasa a mi lado; con la vestimenta adecuada, ella podría superarme como adivina.

Pat, pat, plaf, ay Dios mio estás bien, grrrguau guau, vení acá,  beeeeeep, shrieeek, baurffff, ay por Dios no ay por Dios no. La seguidilla de sucesos y sonidos se produce más cerca, y cuando me doy vuelta veo como con delay que hay un anciano tendido en la acera con quien debe ser su mujer arrodillada al lado. El perro que llevaba en brazos instantes antes corre libre de las manos férreas que lo aprisionaban y con la correa ondeando al viento sale disparado en dirección al edificio recién pintado, como en dirección a los pintores aéreos. Por un instante sospecho que el diminuto can va a acusarme de falso profeta, aunque me tranquilizan los quince metros que lo separan de la terraza y las manos desesperadas de la dama, para quien su esposo caído pasó a segundo plano y se avalanza como mi mejor aliada a detener al perro; sin embargo, el animal también tiene un poderoso asociado, quien ante su falta de alas para llegar a los pintores decide darle un fuerte impulso. La bocina genera un ensordecedor estruendo que pronto da paso a la colisión junto al gemido fatal. El vuelo es corto y no alcanza la altura necesitada, cobrándose la vida del pequeño bicho en el camino. Siempre será recordado como el mensajero cuyo comunicado jamás se logró transmitir. Los gritos de la mujer se fusionan con otros, pero yo lo único que escucho es nuevamente la cuerda más grave vibrando en mi cabeza.

A veces los personajes cambian, algunas veces los tiempos no coinciden, pero al final del día las circunstancias siempre son las mismas.