28 may 2010

El lago.

La realidad es un misterio, y la textura corriente de las cosas es la tela que usamos para ocultar su resplandor y oscuridad. Pienso que cubrimos los rostros de los cadáveres por la misma razón. Vemos las caras de los muertos como una especie de puerta; esta cerrada para nosotros... pero sabemos que lo no estará siempre. Algún dia se abrirá para cada uno de nosotros y la atravesaremos.

Pero hay lugares donde la tela esta rasgada y la realidad es muy fina. El rostro de debajo se asoma... pero no el rostro de un cadaver. Casi sería mejor si lo fuera. Boo'ya Moon es uno de esos lugares, y no me extraña que el dueño haya colocado un maldito cartel de "PROHIBIDO EL PASO".

Y allí estaba el lago, como un sueño hecho realidad. Mientras contemplaba su fantasmal espejo reluciente, los últimos recuerdos encajaron en sus respectivos lugares, y recordar fue como volver a casa. Rodea la roca gris y olvida la sangre reseca que mancha la campana y que tanto la ha inquietado. Olvida el frío, el aullido del viento y la aurora boreal que ha dejado atrás. Por un instante incluso olvida lo a él, a quien ha venido a buscar para llevarlo a casa..., siempre y cuando quiera regresar. Contempla el fantasmal espejo reluciente y lo olvida todo. Porque es hermoso. Y aunque nunca había estado aquí, es como volver a casa. Ni siquiera se asusta cuando una de esas cosas empieza a reír, porque se halla en territorio seguro. No necesita que nadie se lo diga; en su fuero interno lo sabe, al igual que sabe que él lleva años hablando de este lugar en sus conferencias y escribiendo sobre él en sus libros. También sabe que es un lugar triste.

Es el lago al que todos acudimos a beber, nadar, pescar un poco desde la orilla; también es el lugar donde algunas almas valerosas zarpan con sus precarias barquitas en pos de los grandes navíos. Es el lago de la vida, la copa de la imaginación, y supone que cada persona ve una versión distinta de él, pero siempre con dos rasgos en común; siempre tiene alrededor de un kilómetro y medio de profundidad en el Bosque de las Hadas, y siempre es un lugar triste. Porque la imaginación no es la única esencia de este lugar. También lo es la espera. Sentarse... y contemplar estas aguas oníricas... y esperar. Ya viene, piensas. Ya se acerca, lo sé. Pero no sabes de qué se trata exactamente, y los años pasan. ¿Cómo lo sabe? Supone que se lo reveló la luna; y también la aurora boreal que te quema los ojos con su frío fulgor; la dulce y polvorienta fragancia de las rosas y el frangipán en la Colina del Amor; sobre todo se lo dijeron los ojos de él mientras pugnaba por aferrarse, aferrarse, aferrarse. Por evitar tomar el camino que conducía a este lugar. Otras risas se elevan en las entrañas más tenebrosas del bosque, y de repente se oye un rugido que las silencia por unos instantes. A su espalda, la campanilla tintinea y luego enmudece de nuevo. Debería darme prisa. Sí, aunque percibe que la prisa es la antítesis de este lugar. Tienen que regresar a la casa de Sugar Top Hill lo antes posible, y no por el peligro que representan las bestias salvajas, los ogros, los troles y otras criaturas extrañas que habitan las profundidades del Bosque de las Hadas, donde siempre está oscuro como una mazmorra y donde nunca brilla el sol, sino porque cuanto más tiempo pase aquí, menos probabilidades tendrá ella de llevarlo de vuelta a casa. Además.. imagina cómo sería ver la luna arder como una piedra fría en la superficie quieta del lago..., y piensa: Seguramente fascinante. Sí. Unos viejos escalones de madera descienden por la ladera. Junto a cada peldaño se ve un hito de piedra con una palabra labrada en él. En Boo’ya Moon puede leerlas, pero sabe que en casa no significarían nada para ella; y apenas recordará lo esencial: {tk} significa “pan”. La escalera termina en una pendiente que desciende hacia la izquierda y termina al nivel del agua, donde una playa de fina arena blanca reluce a la luz cada vez más tenue. Antes de la playa, labrados escalonadamente en un muro de roca, hay unos doscientos bancos curvados de piedra que dan al lago. Deben de tener capacidad para unas mil o incluso dos mil personas sentadas muy juntas, pero no es así. Calcula que no puede haber más de cincuenta o sesenta en total, y casi todos ellos se ocultan entre los pliegues de unas sábanas que parecen mortajas. Pero si están muertos, ¿cómo es posible que estén sentados? ¿Realmente quiere averiguarlo? En la playa hay unas dos docenas más, bastante dispersos. Y algunos, seis u ocho tal vez, en el agua. Vadean en silencio. Cuando llega al pie de la escalera y empieza a caminar hacia la playa, avanzando con facilidad por el surco de un sendero que muchos han recorrido antes que ella, ve a una mujer inclinarse y empezar a lavarse la cara. Lo hace con los ademanes lentos de una persona dormida. También se sintió como en un sueño, pero no lo era. Y entonces lo ve. Está sentado en un banco de piedra situado a nueve o diez hileras por encima del nivel del lago. Aún tiene la colcha africana de la buena de ma, sólo que no está envuelto en ella, porque hace demasiado calor. La lleva echada sobre las rodillas, con el dobladillo arremolinado sobre los pies. Ella no sabe cómo la colcha africana puede estar aquí y al mismo tiempo en la casa, y piensa: Puede que algunos objetos sean especiales. Como él. ¿Y ella? ¿Ha quedado una versión de ella en la casa de Sugar Top Hill? No lo cree. Cree que ella no es tan especial, ella no, no. Está convencida de que, para bien o para mal, está del todo aquí. O del todo esfumada, según a qué mundo te refieras. Toma aliento con la intención de llamarlo por su nombre, pero se contiene, impelida por una intuición. Chist, piensa. Calla, pequeña, ahora... Ahora debes guardar silencio, pensó, al igual que en enero de 1996. Todo seguía como entonces, sólo que ahora lo veía un poco mejor porque había llegado un poco antes, y las sombras del valle de piedra que contenía el lago no eran tan densas. El cuerpo de agua tenía forma de pelvis femenina. En el extremo de la playa, donde las caderas se estrechaban en dirección a la cintura, se veía un saliente de fina arena blanca. En él, bastante separadas unas de otras, había cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, las miradas embelesadas fijas en el lago. En el lago había media docena más. Ninguno de ellos nadaba. Casi todos se habían metido sólo hasta las pantorrillas, salvo un hombre a quien el agua le llegaba a la cintura. Ella deseó poder distinguir la expresión del hombre, pero estaba demasiado lejos. Tras las personas que había en el agua y las que había en la playa (y que todavía no habían hecho acopio de valor suficiente para meterse, dedujo), se alzaba el muro inclinado de roca con docenas o quizás centenares de bancos labrados en él. En ellos se sentaban unas doscientas personas, también muy separadas unas de otras. Le parecía recordar que la otra vez sólo había visto a cincuenta o sesenta, pero esta tarde había muchas más. Pero de todos los que había, al menos tres cuartas partes estaban envueltos en aquellas horribles (mortajas) sábanas. También hay un cementerio, ¿lo recuerdas? El pecho volvía a dolerle horrores, pero miró el lago y recordó la mano mutilada de él. También recordaba la rapidez con que se había recuperado del disparo del psicópata... Los médicos habían quedado estupefactos. Existía un medicamento mejor que el Vicodin para ella, y muy cerca por añadidura. Y empezó a descender por la pendiente, esta vez con la única y triste diferencia de que él no estaba sentado en ningún banco. Justo antes de que el sendero muriera en la playa, ella vio otro camino que se abría a su izquierda, alejándose del lago. Una vez más la abrumaron los recuerdos y vio la luna.

--------

Ya me estoy colgando de vuelta, sorpresa sorpresa. Mañana prometo algo más interesante.

25 may 2010

La Democracia da Frutos.

Acabo de darme cuenta que nunca publiqué en Boo'ya Moon el cuento que es mi orgullo, gracias al cual les escribo ahora desde Nubes, mi notebook. El cuento que salió primero en un concurso naciolnal literario del año pasado; acá lo tienen.

-----------------------

El árbol poseía cierta aura de misterio a su alrededor: si se lo miraba desde determinado ángulo, se veía joven y lozano, con pocos años encima y colores vivos vistiendo su inmensidad; en síntesis, un árbol con una larga vida por delante. Pero si se lo miraba de otro lado, inclinándose uno un poco hacia abajo y torciendo la cabeza, parecía ser la cosa más vieja y desgastada en la historia del mundo. La madera parecía podrida y sus colores desvaídos como la tela de una camisa vieja que ya nadie quiere usar.
Seguí admirándolo durante un largo rato, caminando a su alrededor con una expresión de fascinación pintada en mi rostro. De las ramas castañas pendían verdes hojas, asimilándose a grandes lagrimones de color verde claro que colgaban boca abajo, bañadas en rocío. Las grandes ramas nudosas se separaban en mil y una direcciones distintas, trazando sus propios caminos. Lo examiné desde todos los sitios, rebuscando entre cada una de las ramas, agitando las hojas y sacudiendo el tronco. Lo que buscaba era la fruta, esa fruta de color celeste metalizado que significaba un deleite para el paladar, el alma y el corazón: un solo bocado, decían, parecía rejuvenecerlo a uno completamente. Se suponía que la fruta estuviese ahí, pero no lograba dar con ella de ningún modo. Ya estaba por darme por vencido cuando, finalmente, la vi: estaba en lo alto de la copa, descansando sobre una almohadilla de hojas verdes como si de una joya se tratase. En cierta forma poseía una especie de realeza, por decirlo de algún modo. Era la fruta más maravillosa que el mundo hubiese conocido.
Sin pensarlo dos veces y haciendo las peripecias más impensadas, me trepé al delgado (y a la vez grueso) tronco. Con cuidado de no quebrar ninguna rama ni romper ninguna hoja, llegué a lo alto de la copa. Miré triunfante a los alrededores por un segundo, sintiéndome una especie de dios, allí en lo alto del enigmático árbol: a mi alrededor solo había planicies verdes, con pastos creciendo de forma salvaje por doquier. No se avistaba ningún otro árbol, persona u objeto hasta donde la vista alcanzaba a ver. Solo llanuras de césped, cuyas largas briznas se agitaban con calma, dando la impresión de estar frente a un océano color esmeralda. El instinto me instaba a quedarme por siempre allí en lo alto.
Volví mi vista hacia el fruto. Extendí el brazo lo más que pude, y las yemas de mis dedos apenas si tocaron la aterciopelada superficie celeste. Haciendo uso de todo el equilibrio posible, me estiré sujetándome solo con las piernas hasta que la fruta quedo atrapada dentro de mi mano. Recobré el equilibrio justo a tiempo, y sentándome en la entonces gruesa y fornida rama castaño claro, examiné la fruta: no era más grande que una manzana, ni más pequeña que una ciruela, pero no se asemejaba a ninguna cosa que antes hubiese visto. Su forma parecía la de una pera a la inversa, con dos protuberancias de color más claro en la parte de abajo. Mire hacia todos lados, asegurándome de que no hubiese nadie que intentara robar el precioso objeto, y finalmente le di un mordisco: al instante supe que era tan falso como un burdo trozo de vidrio coloreado simulando ser un diamante. Una oleada de sabor amargo y ácido inundó mi boca, y una tira de imágenes confusas y desorientadoras desfilaron ante mis ojos: gente mendigando en la calle, ladrones matando inocentes por unos cuantos centavos, gobiernos deshonestos con los cuales la gente no se siente representada, pueblos reprimidos y controlados donde no hay libertad de expresión y donde la discriminación manda; en pocas palabras, un país sin reglas. A pesar de saber la horrible verdad que encerraban estas imágenes mentales, sentí la palpitante tentación de llevarlas a cabo. Anhelaba poseer dinero y poder a montones y la capacidad de hacer que mi palabra fuese ley de todos los demás. Era una tentación muy fuerte, y creo que hubiese sucumbido ante ella si no hubiese visto, pendiendo de una rama cercana, un fruto de misma forma y contextura del que acababa de comer, pero de color anaranjado. De inmediato supe, aunque no sé como, que era uno de los frutos reales. Prácticamente me abalancé hacia él, y logré arrancarlo limpiamente al primer intento. Sintiendo cómo la cáscara rugosa y naranja calentaba mis dedos helados de forma proporcional, empecé a bajar del árbol. Una vez de vuelta en tierra firme, me senté contra el tronco, viejo y frágil. Estaba agotado y mareado. Acaricié con cariño contenido la extraña fruta y finalmente la llevé a mi boca, la cual aún mantenía un débil espectro del sabor agrio del fruto celeste. Intentando saborear al máximo el elixir que contenía esa pequeña cápsula naranja, mordí con lentitud, sintiendo como se deshacía sola dentro de mi boca. Fue como si una bomba de sabor estallase en mi paladar, pero al contrario de cualquier otro alimento, y al igual que el que había probado minutos antes, esta fruta invocó mil imágenes a mi mente: vi un pueblo próspero y alegre, donde la gente es libre, donde la discriminación no existe, donde las leyes se siguen al pie de la letra y la justicia se hace cumplir; donde los gobernantes son correctos y siguen la voz de su pueblo, donde no existen la pobreza, la delincuencia y el mal. Es un gran pueblo, a pesar de que sus límites terrenales sean pequeños. Es un pueblo libre y democrático. Y, a pesar de lo real que se me presenta, dentro, muy dentro de mí, sé que este pueblo perfecto es imaginario.
Lentamente, el dulce sabor de la fruta se perdió en mi garganta, y las imágenes del pueblo que había estado viendo empezaron a desaparecer como el humo que mana de una taza de café caliente. Pasados unos segundos, ya no quedaba nada de las mismas, pero sí quedaba un anhelo persistente y que aumentaba de forma inversamente proporcional a las imágenes que se desvanecían en mi interior. Podía emular ese pueblo perfecto; no igualarlo, pero si crear algo lo mas parecido posible.
Observé durante un momento más el Árbol de la Democracia, cuyos frutos anaranjados estaban agotándose ya: cada vez abundaban más y más de los falsos, con un relleno amargo y ocre, repleto de imágenes de falsas utopías. Estos frutos le provocaban a uno transformarse en un monstruo egocéntrico y hambriento de poder y dinero, desinteresado con respecto al prójimo; lo transformaban a uno en algo inhumano.
Estaba orgulloso de mi mismo. Había logrado superar la tentación, las promesas vanas y vacías que prometía el fruto celeste, y había recibido en compensación uno de los frutos naranjas. Sabía que era la primera vez en mucho tiempo que alguien probaba uno real, que alguien se resistía al poder y optaba por lo que era correcto. Me relamí los labios, intentando refrescar las imágenes del pueblo perfecto, pero fue inútil. Aún así, no tenía importancia: tenía lo fundamental en mi mente, las bases sobre las que sostendría mi nuevo, a la vez que antiguo pueblo.
Sonriente, abandoné el verde e infinito campo donde vivía este extraño árbol con sus extraños frutos. Había sido la primera vez que iba allí, y resultó que también fue la última. Y, aunque creo que de más esta decirlo, mi pueblo fue uno de los más prósperos y felices jamás vistos.

24 may 2010

Promesa de un Soldado.

El encapotado y tormentoso cielo gris, tenebroso y amenazante, brilló con intensidad cuando un relámpago pareció partirlo en dos. Grandes gotas de lluvia empezaron a caer con rapidez, oscureciendo el piso de concreto y madera del puerto de Buenos Aires. Un inmenso buque aguardaba junto al muelle, bamboleándose levemente sobre el agua, a la espera de que el capitán decidiese desamarrarlo y dejarlo libre. A pocos metros de la escalera que conducía a la proa de dicha embarcación, mojándose con las gotas heladas en el puerto desierto, Elisa y Bernardo Brignole se ven sumidos en un abrazo que parece eterno.
Mientras ella se arrebuja en los reconfortantes y cálidos brazos de su esposo, piensa en la situación política que atraviesa Uruguay: desde hace ya tres años que el país esta sumido en un terrible golpe de estado militar. Era dicho régimen el que impulsaba a Bernardo a movilizarse a Montevideo por un breve (esperaba) período de tiempo; su padre, un hombre ya viejo, era un necio por naturaleza, y los años no habían hecho más que empeorar su terquedad. Bernardo sabía muy bien que si por una de esas terribles desgracias del destino los militares caían en la fábrica donde su padre trabajaba, el hombre no dudaría en rebelarse, lo que probablemente le costaría no sólo su empleo, sino también su vida. Bernardo tenía en mente recoger su padre y llevárselo de vuelta a Argentina, desde donde viajarían a Europa buscando asilo hasta que el régimen terminase. Se había tomado dos semanas de vacaciones en la milicia por supuesta enfermedad, que su cuñado, médico, no había dudado en corroborar. A pesar de no estar de servicio, vestía su uniforme y llevaba un arma de fuego. Había decidido ir armado a Uruguay y en caso de necesidad presentarse como militar argentino en servicio. No sabía que clase de adversidades podían presentársele.
Elisa, por su parte, temía por Bernardo. Él se había unido al ejército para defender a su patria, no para destruirla desde adentro. Sus determinados valores eran un arma de doble filo. Temía por él y por ella, temía quedarse sola en casa de su hermana, en un colchón duro y frío. Temía el sonido de las sirenas de policías y ambulancias, temía los titulares de los diarios y temía las noticias que pudiese traer el cartero por la mañana.
—Nunca me dejarás, ¿verdad, Bernardo? –inquirió suavemente la mujer, refugiándose en su pecho.
—No seas tonta, Elisa –murmuró Bernardo, suavizándose de forma increíble su duro rostro con una sonrisa bonachona-. Eres lo único que necesito en mi vida, ahora y siempre. Nunca te dejaré. Es una promesa.
—¿Volverás sano y salvo, verdad?
Estrujándola entre sus brazos fornidos, Bernardo le besó la cabeza. Acto seguido, se sacó el gorro militar y se lo puso a su esposa.
—Volveré antes de que lo notes. Toma mi gorra como garantía de ello; un soldado nunca incumple su palabra.
La besó una última vez. Estrechó su frágil mano con delicadeza y la miró a los ojos, sintiéndose tan enamorado como hacía quince años, o incluso más. En ese entonces eran apenas unos jóvenes inexpertos en un mundo demasiado ajetreado, donde no entendían las reglas de juego ni su rol en el mismo. Habían cambiado tantas cosas desde entonces… en sus rostros se empezaban a formar pequeñas arrugas, indicando su paso de los lozanos veinte a los alarmantes treinta años; sus corazones estaban repletos de otros valores, más adultos, más propios de sí mismos; sus ojos ya no miraban al mundo con esa inocencia y expectativa propia de la juventud, sino que lo hacían desde un punto de vista mas bien maduro, personal y hasta podría decirse frío y calculador.
Bernardo liberó la mano de Elisa con una suave caricia de despedida, alejándose mientras la miraba fijamente a los ojos. Al ver como su pesar se contagiaba en su marido, Elisa recuperó la compostura con rapidez: se enderezó, con el gorro de su esposo levemente ladeado, y esbozó un saludo militar. Bernardo soltó una carcajada y subió finalmente al gran barco gris con rumbo a Montevideo.
Con las lágrimas rodando por sus mejillas, improvisando su boca una sonrisa torcida, triste y llena de preocupación, Elisa se despidió con la mano. Sintiendo que esos diez días no pasarían nunca, mientras el agua congelaba el cuerpo que ella sentía vacío sin su esposo, observó el barco alejarse hacia el horizonte en un sepulcral silencio, dividiendo en dos las oscuras aguas del río de La Plata.
---------------
Cinco días más tarde, el 24 de marzo de 1976, Elisa amaneció deprimida y distante. Su vida era un triste reflejo de lo que había sido una semana atrás; era prácticamente un vegetal. Pasaba la tarde acostada en la precaria cama que su hermana Clara le había preparado, mirando con una atención perturbadora la gorra que Bernardo le había dado, sonriéndose y murmurando cosas inentendibles. A Clara le causaba cierta congoja tener que vivir con esa mujer, que en nada se parecía a su dulce hermana menor. La rutina de Elisa consistía en levantarse apenas cantaba el gallo, salir al jardín y desayunar con su hermana, con el suave sol del alba iluminando sus rostros. A las ocho en punto, ni un segundo mas ni un segundo menos, Elisa se levantaba y recogía la correspondencia. Volvía a su asiento en el parque y se aseguraba de que ninguna carta fuese de Bernardo. Clara sentía que no había diferencia entre Elisa y una persona con autismo.
La rutina de Elisa se repitió el sexto día. Cuando fueron las ocho, entró en la casa. Recogió la correspondencia y volvió a salir al jardín, como un autómata, sin mirar las cartas. Clara hojeó distraída los sobres sellados: factura, factura, factura y… una carta de Uruguay. Con las manos temblando, miró a su hermana, quien la ignoraba.
—¡Elisa! –logró gritar finalmente-. ¡Llegó una carta de Bernardo!
Como saliendo de un trance, la mujer levantó la vista. Parecía haber renacido, más viva y fuerte que nunca. Se puso de pie de inmediato, con el rostro embargado de esperanza, tirando a su paso accidentalmente la mesita con el desayuno.
El sobre amarillento estaba doblado, arrugado y rasgado, pero Elisa no le prestó atención. La carta era corta, escrita con un trazo pulcro y apretado; era de Bernardo. Lo leyó con voz temblorosa pero alta, para que Clara también pudiese oir.
“Querida Elisa: Ya han pasado dos días de mi partida. Aún no consigo dar con papá. Se mudo, así que tendré que ir a buscarlo a la fábrica por la mañana. Te escribiré sin falta apenas sepa cuando viajamos, notificándote de mis planes. Lo más probable es que viajemos al exterior apenas llegue. No quiero extenderme mucho más, no hay tiempo que perder. Te amo, Elisa.
Por siempre tuyo,
Bernardo.”
Finalmente, todo estaba volviendo a la normalidad. Volvería a ver a Bernardo dentro de nada. Soltó una carcajada mientras las lágrimas rodaban por su rostro, y abrazó a su hermana. Los festejos se prolongaron hasta altas horas de la noche. Aproximadamente a las tres de la madrugada, una fuerte sirena interrumpió su charla. Acompañando a la misma, una voz repetía constantemente el mismo mensaje:
—Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.
El regocijo que había pintado los rostros de ambas mujeres a lo largo de ése día se transformó en una mueca de espanto y preocupación. Por cada paso que la buena fortuna daba, la mala racha se adelantaba dos.
---------------
Cuando entró en la amplia fábrica de zapatos, Bernardo supo que algo andaba mal: los guardias y empleados no estaban en sus puestos de trabajo, y un alboroto terrible (mezcla de gritos de protesta, de aliento y de llantos) se oía en la parte trasera. Desenfundando su arma, Bernardo corrió en esa dirección y vio de inmediato a su padre, tirado en el suelo, siendo pateado por tres soldados uniformados.
—¡PAREN TODO! –vociferó, disparando tres veces en dirección al techo. En un instante el galpón se sumió en un silencio de ultratumba, mientras que los militares miraban con recelo y miedo las insignias que llevaba en su pecho y que lo distinguían como sargento.
Juan José Brignole miró a su hijo con una mezcla de humillación y agradecimiento en sus ojos. Agachó la cabeza, y tosiendo sangre, se incorporó como pudo.
—¿Qué se supone que es esto, soldados? –pregunto a los gritos, señalando a su padre malherido.
—Este hombre se levantó en contra de la Junta Militar, sargento –musitó uno de los hombres, con voz firme y segura.
—Con que un rebelde, ¿eh? Buen trabajo, muchachos. Yo me encargo de ahora en adelante. Pueden volver a sus puestos de trabajo.
En silencio, Bernardo sacó a su padre de la fábrica de zapatos en la que había trabajado los últimos treinta años.
—¿En qué estabas pensando, papá? Si llegaba diez minutos más tarde, te hubieran matado.
—La muerte no me preocupa en lo más mínimo, hijo. Como dijo un gran hombre, “Mejor morir de pie que vivir de rodillas”. Vos ya sos grande, Bernardo, y tu mamá ya no está… No tengo nada más por lo que pelear, sólo mis ideales.
Bernardo buscaba con afán un lugar donde dejar la segunda carta para Elisa, donde le explicaba los pasos a seguir. Con su padre malherido, no podía moverse con mucha rapidez, y eso le restaba tiempo precioso. Finalmente, en una esquina bastante desolada, se alzaba un buzón rojo de metal. Deslizó el sobre blanco dentro y se giró para volver a la casa, pero algo lo hizo detenerse en seco: frente a ellos dos, había seis soldados. Uno de los uniformados, un hombre de bigote poblado, se acerco altaneramente.
—Sargento Bernardo Brignole, Juan José Brignole… Que grata sorpresa encontrarlos en estos lares. Mi nombre es Rodolfo Ibañez, coronel del honorable cuerpo militar de la República Oriental del Uruguay. Nos informaron en los cuarteles de Buenos Aires que estaba enfermo, señor Brignole; parece que se recuperó rápido. Menos mal que leímos cierta carta destinada a su esposa, y gracias a Dios nuestros soldados se dieron cuenta de que usted no era de por acá.
—Lacras humanas, malditos hijos de… -empezó a decir el padre de Bernardo, pero un golpe le volteó la cara, haciéndolo callar.
—Será mejor que cuide esa boca, señor Brignole -musito Ibañez, limpiándose la mano como si hubiese tocado grasa de auto-. No es muy sensato usar ese lenguaje con altos mandos del gobierno.
El anciano hizo caso omiso y siguió soltando improperios mientras un hilillo de sangre caía por su mentón. El general Ibañez se acercó a Bernardo con una sonrisa pintada en el rostro que más que contento expresaba asco.
—Fue esa estúpida carta de amor la que lo delató, sargento Brignole. ¿No supuso que monitoreábamos la correspondencia estando a días de tomar el poder? Se imaginará la sorpresa de sus compañeros cuando entró una carta desde Montevideo, enviada por un soldado dado de baja por enfermedad. Pero eso no importa, mientras usted tenga en claro sus valores -le tendió su pistola reglamentaria, soltando una risita-. Reprima al rebelde Juan José Brignole.
—Mi coronel…
—¡Que lo reprima! Es una orden, ¿acaso piensa cometer desacato? Sabe lo que significa eso en un gobierno como el actual, ¿no, señor Brignole?
Sin decir una palabra más, Bernardo levantó la pistola con su mano temblorosa. Se giró con los ojos vidriosos en dirección a su padre, quien lo miró desafiante. Bernardo puso el dedo en el gatillo… y le disparó en el pecho a Ibañez sin dudarlo. Los soldados que escoltaban al coronel soltaron un aullido de sorpresa y enojo. Lo último que Bernardo alcanzó a ver antes de que los militares lo redujesen fue la mirada de complicidad y orgullo en el rostro de su padre.
---------------
Los minutos pasaron con rapidez, haciéndose horas. Las horas se volvieron días, los días se acumularon en semanas, las semanas se transformaron en meses y los meses en años. Elisa nunca dejó de esperar a Bernardo. Dejó sus años de esplendor con rapidez, y su deslumbrante belleza de mujer madura desapareció en un soplido. Su cabello castaño claro se volvió gris, su rostro terso terminó lleno de arrugas, sus ojos azules se hundieron por la tristeza y sus labios ya nunca volvieron a sonreír.
Tras diecinueve meses de la desaparición física de Bernardo, Elisa decidió mudarse. Consiguió una pequeña y confortable casa frente al puerto donde había visto a su esposo por última vez; desde entonces hasta el fin de sus días recreó sus últimos momentos con Bernardo, recordando las palabras, gestos y expresiones. Llevaba consigo la gorra militar cada mañana, mirándola durante horas y horas, sumida en el más grande silencio. Nunca olvidó la promesa inquebrantable del soldado: volvería a su lado pasara lo que pasase.
La mañana del diecinueve de septiembre de 1996 Elisa cumplió su rutina de todos los días. Caminó hasta el borde del muelle y se quedó largo rato sumida en sus recuerdos. Un silbido la distrajo: el cartero la esperaba, un tanto impaciente, en la puerta de su casa.
—Señora Brignole, hemos encontrado una carta para usted enviada hace veinte años. No se habían podido entregar por estar en posesión de la Junta Militar.
El hombre le entregó un sobre, amarillo por el paso de los años, muy maltratado, remendado con cinta adhesiva. Sintiendo el corazón galopear dentro de su pecho, Elisa lo tomó con sumo cuidado, y sin decir nada mas entro en su casa. Cuando lo abrió, lo primero que reconoció fue el olor: era el aroma inconfundible de Bernardo, impregnado en el papel. Su esposo desaparecido le informaba que viajarían a Europa hasta que el golpe de estado terminara, pero eso no era lo importante; en ese momento esas palabras eran vanas al lado de lo que sentía la mujer al leer las palabras de amor, tiernas y frescas, que Bernardo había escrito en el papel. Una vez más, y sintiéndose una chiquilla tonta, las lágrimas brotaron de sus ojos, incontenibles; pero no eran lágrimas de pesar o de añoranza, sino todo lo contrario. Eran lágrimas de alegría. Bernardo había cumplido con su promesa, y había vuelto a su lado de la mejor forma posible.

-------------------

Este es un cuento que presenté a un concurso literario organizado para la Feria del Libro 2010 entre Argentina y Uruguay; tenía que transcurrir en los últimos 200 años, en el Río de La Plata. Bueno, teniendo en consideración que me enteré un día antes del cierre, que el límite era de 10 páginas Word a doble espacio y que lo hice en tres horas, estoy muy feliz con lo que resultó. No gané ni nada parecido, pero bueno, ya tengo una tercera participación literaria :3

I don't see the rainbow, do you?

Bueno, creo que llegó la hora de darle un poco de vida a este rinconcito de la red, asi que voy a tratar de empezar a escribir aunque sea unas lineas por día para mantener la constancia, y... Wait, déja-vù. Creo que es la vigésima vez que digo esto, y nunca lo cumplo. Bleh.

Hoy hay un día hermoso. Y no porque el Sol brille en el medio del cielo, irradiando luz y calor al mundano planeta, sino que llueve y el cielo esta nublado y encapotado. Me encantan los días así, me encanta sentarme ante mi escritorio, con la música bien alta, con mi velador prendido y ver por la ventana la lluvia cayendo sobre el piso de cemento del patio. Adoro disfrutar estos días con una taza de té con limón caliente en la mano, me hacen sentir renovado. Incluso me inspiran. Podría decir que los días lluviosos son una de mis musas. Siempre me dan ganas y fuerza para escribir, como ahora.

Hoy fue un día no muy especial. Me levanté tarde, como a las 15:30, disfruté tanto como pude de mi cama hasta que el levantarme fue inevitable. Comí sorrentinos (tarde, como a las 16:30, costumbre de domingos y feriados) y ahora estoy acá, viendo si algo original sale, en vez de la basura de siempre. Me di cuenta de que la escritura no es como aprender a andar en bici, que queda para siempre; si no lo ejercitás, se pierde. Estoy intentando escribir algo nuevo y... nada me convence. Me alegro de tener un ancla en "Despojos", puedo seguir escribiendolo y me sigue gustando, creo que es la unica forma de progresar. Voy bastante bien, si a algun random que lee esto le interesa: ya llevo 100 paginas A4, y me falta bastaaaaaaaante todavia. Estoy feliz de lo que estoy sacando.

Y eso. Me voy a seguir con mis cosas. See you later, crocodiles.

Better than this.

Es gracioso ver los cambios de moda que hay en la sociedad. Repentinos, sin mucho sentido, y en algunos caso incluso irónicos. Hace no mucho, tres años, diría yo, la nuestra era una sociedad extremadamente homofóbica, pero homofóbica de verdad, no como ahora le gusta denominar la gente a cualquiera que dice algo que no va a favor de lo que los gays plantean o pretenden. Los homosexuales eran golpeados, humillados, asesinados, perseguidos y desplazados; cuando alguien decia ser gay, era mirado y tratado automáticamente de otra manera. Ahora esta de moda estar todos a favor de los gays, y no es que me parezca mal, eh, sino que me parece una actitud terriblemente hipócrita y falsa. Saco este tema a relucir por la repercutida ley del casamiento homosexual que se esta tratando actualmente en el país. Es increíble que los políticos se vendan declarándose a favor de los derechos de los homosexuales, todo para no perder votos el año que viene.

Lo que destaco es la posición que toma la Iglesia. Es algo de lo que más admiro de esta institución, que a pesar de ser la más bastardeada de la historia de la humanidad, nunca se doblega y siempre mantiene firme sus posturas, aunque sean del desagrado del resto de la población. Es realmente admirable.

Lo que me da bronca con todo este asunto es la actitud de la gente. Las idioteces que dicen y hacen, ya sea que tengan razón o no. Ayer, gente católica hizo una marcha en contra del matrimonio homosexual; la gente les atribuyó a ellos y a la Iglesia carteles "homófobos" pegados días anteriores en distintos puntos del centro, con consignas tales como "Hombre+Mujer=MATRIMONIO | Hombre+Hombre=MATRIMONIO | Hombre+Perro=MATRIMONIO" (irónicamente, claro está). Se generó una contramarcha para repudiar a la "Iglesia homofobica" (nadie de esas personas que hizo una contramarcha se preocupó en averiguar de qué religión eran los grupos que pegaron los afiches; que gracioso, ninguno de esos grupos era católico). En fin, ya esta actitud me parece reprochable: el hacer una contramarcha para repudiar otra marcha que se efectua al mismo tiempo me parece una falta total de respeto hacia la gente que piensa distinto a ellos. No me hubiera molestado tanto si la hubieran hecho otro dia, pero la hicieron solamente para hacer quilombo. Realmente, me resulta patético y terriblemente irrespetuoso.

Ahora, recalco lo de "Iglesia homofóbica": resulta que ahora la Iglesia católica, por "oponerse" al matrimonio homosexual, es homofóbica. Diganme ustedes que hay de fóbico en eso, por el amor de Dios! Me gustaría ver quienes eran los homofóbicos hace unos años, cuando estar a favor de la homosexualidad no era una moda y los gays pasaban un infierno, y la Iglesia salió a defenderlos promulgando que se los trate con respeto, comprensión y delicadeza. Entonces, obviamente, la Iglesia fue criticada por todos lados por decir eso de los enfermos, anormales, raros, de los gays. Ahora, volviendo al presente, todos dicen que la Iglesia se opone al matrimonio gay: MENTIRA. La Iglesia esta desde hace rato abogando por la unión civil de los homosexuales, que les otorga todos los beneficios que ellos exigen (derecho a una pensión, a división de bienes en caso de divorcio, obras sociales y demás derechos que tienen los matrimonios heterosexuales). Pero esto los medios no lo dicen, y si lo dicen, la gente lo ignora, total, así tiene una razón mas para bastardear a la Iglesia.

Es algo que realmente me enferma, la gente que busca razones para desprestigiar a algo o a alguien. Pasa con las instituciones, con las personas, con los gobiernos, con todo: no pueden conformarse con ver lo positivo y lo negativo de las cosas. O es blanco o es negro. Se olvidan que como humanos cometemos errores. La Iglesia, el gobierno, no son excepciones: son organismos formados por humanos y que también cometen errores y aciertos.

Y eso es todo, ya me descargué, me parece. Me acabo de dar cuenta que es el segundo post que dedico a hablar de la Iglesia, encima, uno después del otro xD bueno, es lo que hay. Prometo cambiar de tema para la próxima.

Suerte, y por sobre todo, sean felices.

7 may 2010

Dios y Ciencia.

La medicina, las comunicaciones electrónicas, los viajes espaciales, la manipulación genética... Son los milagros de los que ahora hablamos a nuestros hijos. Son los milagros que anunciamos como prueba de que la ciencia nos proporcionará respuestas. Las viejas historias de inmaculadas concepciones, zarzas ardientes y mares que se separan carecen ya de toda importancia. Dios se ha convertido en algo obsoleto. La ciencia ha ganado la batalla. Nos rendimos.
Pero la victoria de la ciencia ha tenido un precio para todos nosotros. Un precio muy alto. Es posible que la ciencia haya aliviado las desdichas de la enfermedad y el trabajo extenuante, y creado toda una serie de aparatos destinados a divertirnos y aumentar nuestra comodidad, pero nos ha dejado en un mundo sin prodigios. Nuestras puestas de sol se han reducido a longitudes de onda y frecuencias. Las complejidades del universo han sido destripadas en ecuaciones matemáticas. Hasta nuestra valoración como seres humanos ha sido destruida. La ciencia afirma que el planeta Tierra y sus habitantes son puntos sin importancia en el gran esquema de las cosas. Un accidente cósmico. Hasta la tecnología que promete unirnos nos divide. Cada uno de nosotros puede estar conectado electrónicamente con el resto del globo, pero nos sentimos realmente solos. Nos bombardean la violencia, la división, la fractura y la traición. El escepticismo se ha convertido en una virtud. El cinismo y la exigencia de pruebas han devenido pensamiento esclarecido. ¿Acaso sorprende que los humanos se sientan ahora más deprimidos y derrotados que en cualquier momento de la historia de la humanidad? ¿Defiende la ciencia algo
sagrado? La ciencia busca respuestas en fetos nonatos. Hasta presume de manipular nuestro ADN. Desmonta el mundo de Dios en piezas cada vez más pequeñas, en busca de un significado... y sólo encuentra más preguntas.
La vieja guerra entre ciencia y religión ha terminado. La ciencia ha ganado. Pero no han ganado justamente. No han ganado proporcionando respuestas. Han ganado convenciendo a nuestra sociedad de que verdades antes consideradas como inmutables ahora parecen inaplicables. La religión no puede mantenerse a la altura. El crecimiento de la ciencia es geométrico. Se alimenta de sí mismo como un virus. Cada nuevo descubrimiento abre las puertas de un nuevo descubrimiento. La humanidad necesitó miles de años para progresar desde la rueda al coche. No obstante, sólo transcurrieron décadas desde el coche hasta la nave espacial. Ahora, medimos el progreso científico en semanas. Estamos girando sin control. El abismo entre nosotros se ensancha cada día más, y la religión queda abandonada, la gente esta sumida en un vacío espiritual. Pedimos a gritos respuestas; lo digo en sentido literal, créanme. Vemos ovnis, nos dedicamos a zapear, nos ponemos en contacto con espíritus, experiencias extrasensoriales, búsquedas mentales... Todas esas ideas excéntricas poseen un barniz científico, pero son desvergonzadamente irracionales. Constituyen el grito desesperado del alma moderna, solitaria y atormentada, tullida por su esclarecimiento y su incapacidad de aceptar significado en nada que no esté relacionado con la tecnología.
La ciencia nos salvará, dicen ustedes. Yo digo que la ciencia nos ha destruido. Desde los tiempos de Galileo, la Iglesia ha intentado aminorar la velocidad de la marcha inexorable de la ciencia, a veces con medios descarriados, pero siempre con buenas intenciones. Aun así, las tentaciones son demasiado grandes para que los hombres opongan resistencia. Miren a su alrededor. No se han cumplido las promesas de la ciencia. Las promesas de eficacia y sencillez no han traído más que contaminación y caos. Somos una especie fracturada y frenética... que avanza por el sendero de la destrucción.
¿Quién es este Dios de la ciencia? ¿Quién es el Dios que ofrece a su pueblo poder, pero no un marco moral para utilizar este poder? ¿Qué clase de Dios da fuego a un niño, pero no le advierte de los peligros que conlleva? El idioma de la ciencia carece de indicadores del bien o el mal. Hay tratados científicos que enseñan a crear una reacción nuclear, pero no contienen ningún capítulo en eque se pregunte si es una idea buena o mala.
Digo esto a la ciencia y a los científicos: la Iglesia está cansada. Estamos hartos de intentar ser sus guías. Nuestros recursos se están agotando, por culpa de la publicidad que dice que ustedes son la voz del equilibrio, mientras continúan su ciega carrera en pos de chips cada vez más pequeños y beneficios cada vez más grandes. No preguntamos por qué no ejercen el más mínimo autocontrol, porque se trata de una tarea imposible. Su mundo se mueve con tal celeridad que, si se detienen siquiera un instante para meditar en las implicaciones de sus actos, alguien más eficiente les borrará de un plumazo. En consecuencia, siguen adelante. Construyen armas de destrucción masiva sin conocimiento, pero es el Papa quien viaja por el mundo para aconsejar prudencia a sus líderes. Clonan seres vivos, pero es la Iglesia quien nos recuerda que pensemos en las implicaciones morales de nuestros actos. Animan a la gente a comunicarse mediante teléfonos, pantallas de video y ordenadores, pero es la Iglesia quien abre sus puertas y nos recuerda que hemos de comunicarnos en persona, como debe ser. Hasta asesinan niños nonatos en nombre de la investigación que salvará vidas. Una vez más, es la Iglesia la que denuncia la falacia de este razonamiento.
Y mientras tanto, proclaman la ignorancia de la Iglesia. Pero ¿quién es mas ignorante, el hombre incapaz de definir el relámpago, o el hombre que no respeta su asombroso poder? La Iglesia intenta tenderles la mano. A todo el mundo. Pero cuanto más nos esforzamos, más nos rechazan. Muéstrennos la prueba de que Dios existe, dice. ¡Usen sus telescopios para explorar el universo, y explíquenme cómo es posible que Dios no exista, digo yo! Preguntan cuál es el aspecto de Dios. ¿De donde sale esta pregunta, digo yo? La respuesta es la misma. ¿Es que no ven a Dios en su ciencia? ¿Cómo es posible tanta ceguera? Proclaman que hasta el más ínfimo cambio en la fuerza de la gravedad, o el peso de un átomo, bastaría para haber convertido nuestro universo en una sopa carente de vida, en lugar de nuestro magnífico mar de cuerpos celestiales, ¿y aún no ven la mano de Dios en esto? ¿En verdad es mucho más fácil creer que elegimos la carta correcta en una baraja de miles de millones? ¿La bancarrota espiritual es tan absoluta que preferimos creer en una imposibilidad matemática antes que en un poder más grande que nosotros?
Crean o no en Dios, tienen que creer en esto. Cuando, como especie, abandonamos nuestra confianza en un poder mayor que nosotros, abandonamos nuestro sentido de la responsabilidad. La fe, todas las fes..., son advertencias de que existe algo que no podemos comprender, algo de lo que somos responsables... Con fe, somos responsables los unos de los otros, de nosotros mismos, y de una verdad más elevada. La religión tiene sus defectos, pero sólo porque el hombre tiene defectos. Si el mundo exterior pudiera ver esta Iglesia como nosotros, más allá de sus rituales, vería un milagro moderno, una hermandad de almas imperfectas y sencillas que sólo aspira a ser una voz compasiva en un mundo que gira fuera de control.
¿De verdad necesita el mundo una voz para los pobres, los débiles, los oprimidos, los niños nonatos? ¿De verdad necesitamos almas como las de quienes, aunque imperfectos, dedican sus vidas a implorarnos que respetemos los principios morales, para no descarriarnos?

Discurso del camarlengo Carlo Ventresca - "Ángeles y Demonios", Dan Brown.

---------------------

Considero el anterior como uno de los únicos fragmentos que comparto casi por completo en un muy buen libro, que 200 páginas después se transforma en una auténtica basura literaria. Perdón por mi desaparición; me colgué, como supuse que pasaría cuando abrí este blog xD