4 dic 2015

Arena para gigantes

Una playa de piedras
que es como arena
arena para gigantes.

Siento los guijarros calientes mientras dejo que caigan uno a uno entre mis dedos, chorreando de forma casi líquida. Me pregunto como se verán en perspectiva, desde arriba de las nubes; nubes que parecen hechas de algodón, pero que no son más que puro vapor difuso. Desde arriba, las piedras de mi playa particular deben verse como granitos de arena ante los ojos de un gigante.

Las olas de agua azul,
pero igual dulce, fría,
adormecen
mis oidos.

Toco el agua cristalina, tan fría que siento cómo se corta la circulación de mis dedos y se contrae la piel. Parece como si quemara con llamas transparentes, y me parece que si toco las piedras que yacen al fondo del lago voy a sentirlas tan calientes como las de la orilla. Bebo un sorbo y, como si de un licor añejo se tratase, siento la quemazón refrescante bajar por mi garganta. Tanta frescura parece transformarme en cristal, y de cristal me siento.

Se golpean.
Se castigan.
Gritos de madera.
Se acarician.
Se renuevan.

Oigo cómo las ramas largas y robustas de los árboles se entrechocan constantemente con el viento, generando sonidos sumamente extraños y melodiosos. Cierro los ojos para grabar esa sinfonía en mi cabeza, imaginando que no es el viento sino un gigante quien con sus manos nudosas mueve los troncos como si se tratara de briznas de césped.

Cuatro estaciones que se suceden
en tan solo un segundo
como granitos
de arena que se caen
en la eternidad de un nuevo mundo.

Veo las montañas cubiertas de nieve retrotraen al invierno; los árboles en su ladera, incendiados por un fuego criminal, son el símbolo del otoño; el sol y las piedras que replican su calor transportan al verano. Entretanto yo disfruto de la suave primavera, rodeado de los arrayanes rojizos con sus hojarascas de un verde intenso que me refugian del calor mientras escribo estas breves líneas antes de que se escurran entre los dedos de mi mente como si se tratara de arena, arena para gigantes.

Siento las piedras, porque sentir es la perfecta razón para inspirarse en un mundo de apariencias y desvanecimientos.

Toco el agua, porque tocar es la infalible técnica para realmente volverse uno con la naturaleza mientras se está rodeado de concreto.

Oigo las ramas, porque oír es la mejor manera de registrar recuerdos en una vida en la que nada parece durar más que unos instantes.

Veo las montañas y los árboles, porque ver es la única opción cuando todo lo demás está obnubilado por las sombras cotidianas.

Y escribo, 
porque escribir siempre fue
 la más conveniente forma
 de escapar para siempre
 de las cosas que nos atormentan.