No sé si te hacés la tonta o te divierte verme así. No sé. Y no sé por qué empiezo este post del mismo modo que empecé
el otro, dedicado también a vos, pero en una situación distinta. Si no te diste cuenta de lo que siento yo... es como para darte un premio. Con tantos palos que te tiré podes abrir tu propia maderera.
Agh, te odio. Y a la vez no. ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? No es tu culpa. Es la mía, por ser tan imbécil, tan fácil de convencer, tan crédulo, tan inocente, tan... tan... tan yo. Debería haber aprendido con alguna de las seiscientas decepciones anteriores, pero no. Así soy yo. Tropiezo diecinueve veces con la misma piedra. Me pregunto por qué no agarro la condenada piedra y se la estampo en medio de la frente a alguien. O a vos. O a mí.
Porque todavía tengo esperanzas, ésa es la estúpida y romántica respuesta. Todavía espero poder descubrir que este cuento de hadas que me vienen relatando desde hace tanto tiempo es real. Que la princesa está esperando a por mi en su torre, tejiendo en su rueca pacientemente, con una sonrisa dulce pintada en su bello rostro. Pero el hecho es que no hay torre, no hay princesa, no hay caballo blanco, y más importante, no soy ningún príncipe azul. Soy un sapo perdido en algún estanque lleno de bichos feos y arañas, soñando con vestirse de héroe para socorrer a una doncella. Pero ese no es el trabajo de los sapos. El trabajo de los sapos es comer moscas, y eso tendría que estar haciendo ahora: soñando con moscas, no con princesas.
Y vos. Sí, vos. No aquella persona a quien me refiero a lo largo de esta entrada, sino al que empezó con todo este rollo, el que me vendió espejos de colores; no, no quien me presentó a la culpable de mis males, sino quien me hizo creer que era la indicada. A vos te hablo. Te estas riendo de mi ahora, ¿no? Me mantuviste engañado todo el tiempo, con el velo en los ojos, flotando en una nube de algodón, creyendo que al fin era la hora, MI hora. Cuando estaba en la cúspide, cuando no había nada mejor, pinchaste el globo, me despertaste con un balde de agua fría, me bajaste al piso de una patada. No te entiendo. Se supone que sos el bueno de la película, ¿o no? ¿No sos vos el misericordioso, el altísimo, aquel que cumple lo que le piden; no, lo que necesitan? ¿Por qué miras para otro lado cuando yo trato de ser como vos querés con tanto ahínco? ¿Acaso no me merezco una maldita alegría? Creo que es preferible y hacer como el resto, como la mayoría hace hoy en día: ignorarte. Al fin y al cabo, tal vez tengan razón y no existas. En este momento, espero que ojalá no existas.
Que estupidez. Acabo de pensar que ahora ya se como se siente una menstruación; quiero decir, el sangrado en sí. Se esfuerza en preparar un hogar para algo hermoso, esmerándose en que sea un lugar perfecto para ese nuevo ser, para que al final le digan que todo su trabajo fue en vano. Comprendo la rabia que invade a ese ente, quien destruye todo lo que había construido y lo deshecha como basura, dejando tras si un reguero de dolor y sangre que, a la mujer, le dura su debido tiempo. Las hormonas reguladoras de la menstruación deben ser hombres, definitivamente, para hacer que las mujeres sientan cada mes un poco del dolor que nos causan a nosotros.
Dios, soy bizarro cuando quiero. Esto de la catarsis no siempre es satisfactorio. A veces es asqueroso.
Tal vez simplemente soy demasiado romántico como para poder amar. Nunca podría encontrar a alguien que cumpla todas mis expectativas y, encima de todo, me corresponda.
Estoy condenado a comer moscas. Pero ya me dan nauseas. Mejor intento con las libélulas.