29 mar 2015

Papeles

De papeles está cubierto el sendero serpenteante por el que transito. Cada uno de ellos transmite un recuerdo, una historia, momentos únicos traducidos en fotos, dibujos, notas, cartas, mensajes de amor o de amistad, chistes que sólo emisor y receptor comparten. Hay panfletos publicitarios, boletas de elecciones pasadas, letras de canciones, poemas apócrifos, tarjetas de cumpleaños y notas de suicidio: todas estas hojas de diferente tamaño, color y gramaje adheridas con algo tan ligero como el rocío de la mañana o el rastro pegajoso de un caracol, esperando que algún transeunte las vea y recoja, haciéndolas eternas al rescatar su mensaje, cualquiera sea éste.

El paseante novato intenta tomar todos estos papeles, leerlos, entenderlos, asimilarlos todos, pero esto sólo reduce su marcha y aumenta su carga. En el camino que recorre anochece muy rápido, y los horrores acechan con voracidad para acabar con lo que se crucen, carne o papel, tinta o sangre; al fin y al cabo, ¿no son lo mismo? Pronto aprende el caminante que de nada sirve acumular las historias ajenas en un desesperado intento de incorporarlas cuando uno no se toma el tiempo necesario de armar la propia y crear sus propios papeles, los cuales algún día también quedarán atrás. 

A veces, en algún claro tranquilo o en el medio de una tormenta, algún otro viajero aparece y se une a la travesía. En esas ocasiones, comparten sus experiencias de viaje, cuentan sus historias y se regalan papelitos mutuamente. No es raro que uno se encariñe con ellos, y cuando los vea partir el corazón se llene de tristeza y desazón; en un afán de mantenerlos vivos y cerca, de hacer real otra vez lo que ya no es más que testimonio, uno se sobrecarga de papeles y recuerdos. Por momentos parece funcionar, pero cuando uno se ata al cuello cargas ajenas siempre llega el punto en el que no queda otra salida más que rendirse y dejar que las cosas se vayan. De otra manera el peso acumulado obliga a parar, nos hunde en las arenas movedizas de la memoria, y cuando uno se deja enterrar en ellas por demasiado tiempo es olvidado para siempre. Lleva tiempo aceptarlo, pero hay papeles que pesan más que una piedra y uno no tiene más remedio que dejarlos atrás, anhelando que quien los encuentre pueda acarrear con lo que nosotros no pudimos.

El camino a veces parece eterno, se bifurca y tiene tantos recodos que es imposible contarlos. El tiempo discurre de una manera extraña; a veces los días y las noches duran tanto que parecen eternos, y otras veces son tan efímeros que no entran ni en un tercio de segundo, sucediéndose constantemente en destellos de luz. A veces uno se ve inmerso en un bosque oscuro o en un pantano ponzoñoso donde los papeles son pulpa y su contenido meros borrones; a veces la tierra está tan árida que se vuelve arena y los papeles no se adhieren, papeles milenarios que se cuentan como caracoles en una playa, tan frágiles como papiros egipcios, crujiendo a cada paso dado; y uno camina penando, a veces con tanto viento que uno debe reducir el paso mientras todos esos fragmentos de memoria se arremolinan alrededor. En reiteradas ocasiones el cansancio, el desgaste y las inclemencias del sendero hacen que el caminante se siente y revise los papeles acumulados: en ellos ve los lugares que visitó, las derrotas que vivió, los recuerdos que labró, la persona que solía ser; y con la lluvia empapándolo por dentro y por fuera se ve tentado de dar la vuelta y desandar el camino. Es entonces cuando la campana suena a la distancia, recordándole por qué ya no está en los lugares que dejó al tiempo que alumbra lo que le espera más adelante: cientos de millones de papeles, todos en blanco. Algunos están adheridos con la savia de los árboles o al musgo de las rocas, otros clavados en las espinas de las rosas, algunos cuantos flotan con un viento pasajero y un manojo descansa impermeable sobre el agua de un charco. Cada uno una oportunidad, cada uno una memoria que almacenar, cada uno un nuevo papelito para el libro que cada vez se engrosa más y más.

23 feb 2015

Old friends

We are not the three of us anymore. Now we're one, and one, and one.

But that's what everyone does: blames the way it is on the way it was on the way it never ever was.

8 feb 2015

Finishing the hat.

Yes, she looks for me... good. Let her look for me to tell me why she left me, as I always knew she would; I had thought she understood, but hey have never understood and no reason that they should, but if anybody could... Finishing the hat, how you have to finish the hat, how you watch the rest of the world from a window, while you finish the hat; mapping out a sky, what you feel like, planning a sky, what you feel when voices that come through the window go until they distance and die, until there's nothing but sky...

And how you're always turning back too late from the grass or the stick or the dog or the light, how the kind of woman willing to wait is not the kind that you want to find waiting to return you to the night, dizzy from the height, coming from the hat, studying the hat, entering the world of the hat, reaching through the world of the hat like a window... Back to this one from that.

Studying a face, stepping back to look at a face leaves a little space in the way like a window, but to see... It's the only way to see.

And when the woman that you wanted goes, you can say to yourself, "Well, I give what I give"; but the women who won't wait for you knows that, however you live, there's a part of you always standing by, mapping out the sky, finishing a hat... Starting on a hat.. Finishing a hat... Look, I made a hat...

Where there never was a hat.

28 nov 2014

Veintidós

Si mi vida fuese una obra de teatro, todo lo que pasó hasta ahora no sería más que la preproducción: la preparación de la trama demanda siempre un trabajo minucioso, incluso a sabiendas de que es un trabajo inútil porque al final los actores improvisan y hacen lo que se les antoja. El guión detallaría cada escena y circunstancia, desde el día en que creímos que estaríamos juntos para siempre hasta la explicación de qué llevó a esa situación fatal de pérdida y enfado; qué cena fracasó estrepitosamente, qué me llevó a escribir esa novela y hasta las condiciones climatológicas y sentimentales del día en el que decidí no volver a verte nunca más. Daría datos precisos de todo, hasta de los personajes secundarios y sus vidas privadas (incluyendo, por supuesto, cosas fundamentales como cuáles son sus golosinas favoritas o cuál fue el día en que más solos y desgraciados se sintieron). La elección de los actores sería ardua y difícil, porque tendría que escoger solamente a los mejores y más significativos con el fin de que todo sea llevadero y orgánico. El guión en sí mismo sería una profecía excelsa y todos quienes lo leyeran se sorprenderían, pero al tratarse de un proyecto tan ambicioso ningún productor querría adoptarlo. "En este negocio se necesitan certezas", dirían, "y una obra compuesta por dudas y quizáses no le conviene a nadie".

Si mi vida fuese una obra de teatro, definitivamente se trataría de un musical: las canciones se enlazarían una con la otra,  sucediéndose minuetos, serenatas, réquiems, nocturnos y sinfonías. Cada pieza de música saldría de mi alma, despojándome de mis recuerdos despiadadamente, describiéndome a la perfección y transmitiendo por medio de letra y música todo lo que soy. Serían unas melodías tan armoniosas y profundas que a cada persona de la audiencia le llegarían de manera diferente, tocando una cuerda de arpa dentro de ellos con la delicadeza de una caricia, la cual vibraría por una pequeña eternidad. En los ensayos, sin embargo, algunas canciones no funcionarían y quedarían fuera de lugar respecto a la historia, por lo que no habría mas remedio que recortarlas, a pesar de su belleza. Esas canciones sólo sonarían para mí, como siempre lo hacen, como siempre lo harán.

Si mi vida fuese una obra de teatro, estos serían los minutos previos a que se apaguen las luces: la emoción recorrería a todos como una corriente eléctrica, contagiándose entre todos como una epidemia. Se trataría de ese instante de animosidad y jolgorio que se da cuando la multitud empieza a entrar a la sala, charlando sobre sus expectativas y contándose esas cosas mundanas que a nadie excepto a mí le resultan interesantes. Unos cuantos minutos de alegría injustificada y ruido que se acaba una vez todos se ubican en sus asientos; entonces procederían a mirarse los rostros los unos a los otros mientras juzgan en silencio sus vestimentas con una sonrisa acartonada en los labios, intentando deducir de qué trabajan los demás, su posicionamiento político, si malcrían a sus hijos o cuánto dinero ganan al mes. Todavía no se trataría de mí sino meramente de ellos, los que miran, los únicos y fundamentales protagonistas.

Si mi vida fuese una obra de teatro, los últimos instantes entre bambalinas serían espantosos: yo lo analizaría todo, espiando discretamente detrás del pesado telón de terciopelo, escudriñando rostros y expresiones, vislumbrando más en ellos que lo que cualquier amigo, familiar o cónyugue podría ver en toda su vida. Tomaría ventaja y los desnudaría en cuerpo y alma antes de que ellos me desnuden a mí. Determinaría quién es quién, aunque en muchos casos mi intuición me engañe y me termine jugando en contra. Entonces, antes de que pueda hacer nada, las luces de la sala se apagarían y con ellas las voces de la audiencoa, y aunque mi vida aún no comienza, ya lleva en marcha un largo rato. Me quedaría de pie, quieto, sin saber qué hacer en medio de la negrura. Esa oscuridad es fundamental, esos instantes de silencio atroz y ceguera insoportable, de pequeña muerte, de tensión tenue, de pánico escénico. En ese instante tendría que decidir si quiero seguir con la obra o si quiero correr con desesperación por la puerta trasera aprovechando mi disfraz de sombras, huyendo para siempre de esa multitud ansiosa por juzgarme. Me gustaría pensar que tengo ese poder de decisión, aunque en realidad no puedo cambiar el rumbo de las cosas.

Si mi vida fuese una obra de teatro, el comienzo nadie lo entendería: el telón escarlata se abriría con dificultad, mostrando a un joven que llega demasiado tarde a un mundo demasiado viejo, intentando mantenerse fiel a quién es y a por quiénes es, queriendo llegar a ser sin deshacer, deseando crecer sin desaparecer entre la espuma del mar. Ese joven, claro está, seré yo. El tañido suave de una campana acompañaría cada una de mis pisadas a través de la cosmogonía en la que nací. Lentamente, una a una, las voces y figuras de quienes me componen empezarían a aparecer, empezando con un suave rasguido de guitarra acompañado por el violín y la bailarina, la actriz y el percusionista, el superhéroe y el clarinete, la artista de la vida. El bajo se une y la viola se hace presente. El arpa armoniza. Un piano suave marca el tiempo. Al llegar al centro del escenario, mientras estoy rodeado por los constantes, un sinfin de efímeros correrían y se entrechocarían, estallando al rozarse y volviéndose humo: el cisne, la bruja, el bufón, las hienas, el camaleón, el ratón, las sombras. El preludio de la tortuga finalizaría con cuatro palabras: "siempre hay una excusa".

Si mi vida fuese una obra de teatro, el final sería deslumbrante: no podría ser de otra manera al tratarse de una obra tan breve y extensa a la vez, abarcando tantas situaciones y existencias entrecruzadas, enredadas en una maraña incomprensible pero que cada quien interpreta de manera diferente y particular. Las criticas no importarían (¿acaso importaron alguna vez?), pues la obra nunca es hermética y muta tras cada función, al igual que la vida. Una vida que se repite, igual pero diferente, cada noche a la misma hora. Por más que se prepare y se ensaye y se planifique y se anticipe nunca saldrá de la misma manera... ¿Qué encanto tendría eso? Las tensiones de toda una existencia no se disolverían, sino que se atenuarían y dejarían de importar. Al final lo bueno prevalece sobre lo malo, las desilusiones se entierran en el pasado, las maldiciones se terminan y todo lo que parecía estar equivocado se soluciona mientras que quienes se hicieron merecedores vivieron una vida larga y feliz. El escenario sería un desfile de colores y luz, todos bailando y celebrando sus logros mientras la campana, la guitarra, el violín, la orquesta no dejan de sonar, hasta que el viento empieza a soplar y las luces de colores se empiezan a apagar como si fuesen velas. Una por una, las figuras e instrumentos se desvanecen también: algunas se mantienen firmes en su posición intentando resistirse, pero es inútil. La ráfaga corroe la carne, funde los metales, deshace la madera y todo esto sin esforzarse siquiera. Al final, sólo se oye la campana, tañendo con más fuerza que nunca. Una luz blanca resiste. Luego llega la tortuga. La campana suena cada vez más suavemente. La luz se apaga. Un último tintineo. Después, el silencio... y los aplausos.

18 sept 2014

Amigo de polvo

Cuando llegaste, amigo de polvo, pensé que eras tan sólido como una roca. Pensé que podía apoyarme sobre vos y dejar que cuidaras mis espaldas; pensé que podía confiarte mis secretos  y tener la certeza de que los mantendrías a salvo en algún recóndito lugar que sólo nosotros dos conociéramos. Supuse que me aconsejarías siempre que yo lo precisara, y que me acompañarías ante la adversidad tan seguro de mí como yo de vos. No esperaba que fuera para siempre, claro, porque los dos sabemos que los para siempre no existen, pero al menos esperaba que fuera real. Ay, amigo de polvo, fue mi error por imaginarte hecho de diamante puro cuando en realidad no basta más que un soplido de aire arremolinado para que te pierdas en otro horizonte.
Te vi desarmarte, y fui necio porque no me permití aceptar que estaba equivocado respecto a vos. No es sencillo traer gente nueva a mi vida, y fue inconcebible pensar que te inmiscuiste como un astuto intruso sin que yo lo notara. Te revestiste de pieles y camuflaste tu aroma, y no logré ver a través de eso hasta que fue demasiado tarde. Lo admito, es más que nada una cuestión de orgullo. Fui necio, y aún lo soy un poco, a veces. Intenté sostener en mi puño apretado unas cuantas de las partículas que te componen, incluso sabiendo que el resto de vos se encontraba ya muy lejos, pero éstas volaron huidizas fuera de mi alcance. Se escurrieron de mis dedos del mismo modo en el que te escurriste de mi vida, del mismo modo en que querría que te escurrieses de mi corazón… y es que aún no lo entiendo, y las preguntas se siguen disparando en mi cabeza: ¿qué hicimos mal? ¿Se terminó ya, así, tan rápido? Y sobre todo, ¿adónde fuiste ahora que ya no perteneces acá?
Supongo que te amoldaste, otra vez, a algo diferente. Tal vez a algo más cómodo. Por eso sos un amigo de polvo, al fin y al cabo: uno no debe acostumbrarse a lo volátil. Calculo que estás condenado a volar a nuevos horizontes cada vez que cambie el viento, y en nuestro caso el viento cambió demasiado abruptamente. Te veo confundirte entre tantas otras personas de polvo, y yo me sigo preguntando si siempre fuiste así o si fueron las circunstancias las que te obligaron a deshacerte de tu corporeidad. Supongo que es indiferente, al menos a esta altura.
Aún cuando al final siempre sople un viento fuerte que te deshaga para siempre quiero que sepas, amigo de polvo, mi querido amigo, que calaste hondo en mí. No sé como lo conseguiste, pero te abriste paso hasta un lugar al que pocos llegan y lo hiciste: dejaste una huella seca e imborrable, una marca árida como tu naturaleza. A veces es un poco amarga, a veces se tiñe de recuerdo y es más dulce, pero sea como sea, no puedo evitar alegrarme de que sea parte de mí.
Hay días en que creo verte, amigo de polvo, volviendo victorioso de una guerra interminable que es invisible a mis ojos, pero al final no son más que motas bailarinas que me confunden con sus ilusiones y se ríen de mis esperanzas. Lo cierto es que no hay batallas en las que participes, no hay nada que quieras cambiar, porque supongo que está en tu naturaleza el pertenecer a todo pero a nada a la vez. Eso es el polvo, ¿no es verdad? Tal vez es más fácil vivir de esa forma… Sin embargo, la sonrisa no se me borra al recordarte, porque confío en que seas feliz con lo que elegiste. Perdón si mis palabras te suenan a reproche, o si parecen bañadas en rencor, pero escribir siempre fue mi manera de llorar, de hacer duelo y de cerrar etapas. No siempre funciona, claro, pero al final nunca se trata de que funcione.

Me pregunto una vez más, entonces, adónde te habrá dejado la ráfaga que te alejó de estos parajes, y si esa será tu morada definitiva. Me pregunto si sos feliz con las decisiones que tomaste, querido amigo de polvo. ¿Acaso los corazones inconstantes sienten de la misma manera? Tal vez si, y tal vez vuelvas a visitarme en algún vuelo. O tal vez me vuelva yo también de polvo y entienda finalmente por lo que pasaste. Hasta entonces, lo único que espero es que estés siempre bien, y que no vivas para arrepentirte de lo que elegiste. Si hay algo que sé es que de todas las cosas malas que nos pueden suceder, la peor por lejos es lamentar nuestras propias decisiones.