29 mar 2015
Papeles
23 feb 2015
Old friends
We are not the three of us anymore. Now we're one, and one, and one.
But that's what everyone does: blames the way it is on the way it was on the way it never ever was.
8 feb 2015
Finishing the hat.
Yes, she looks for me... good. Let her look for me to tell me why she left me, as I always knew she would; I had thought she understood, but hey have never understood and no reason that they should, but if anybody could... Finishing the hat, how you have to finish the hat, how you watch the rest of the world from a window, while you finish the hat; mapping out a sky, what you feel like, planning a sky, what you feel when voices that come through the window go until they distance and die, until there's nothing but sky...
And how you're always turning back too late from the grass or the stick or the dog or the light, how the kind of woman willing to wait is not the kind that you want to find waiting to return you to the night, dizzy from the height, coming from the hat, studying the hat, entering the world of the hat, reaching through the world of the hat like a window... Back to this one from that.
Studying a face, stepping back to look at a face leaves a little space in the way like a window, but to see... It's the only way to see.
And when the woman that you wanted goes, you can say to yourself, "Well, I give what I give"; but the women who won't wait for you knows that, however you live, there's a part of you always standing by, mapping out the sky, finishing a hat... Starting on a hat.. Finishing a hat... Look, I made a hat...
Where there never was a hat.
28 nov 2014
Veintidós
Si mi vida fuese una obra de teatro, definitivamente se trataría de un musical: las canciones se enlazarían una con la otra, sucediéndose minuetos, serenatas, réquiems, nocturnos y sinfonías. Cada pieza de música saldría de mi alma, despojándome de mis recuerdos despiadadamente, describiéndome a la perfección y transmitiendo por medio de letra y música todo lo que soy. Serían unas melodías tan armoniosas y profundas que a cada persona de la audiencia le llegarían de manera diferente, tocando una cuerda de arpa dentro de ellos con la delicadeza de una caricia, la cual vibraría por una pequeña eternidad. En los ensayos, sin embargo, algunas canciones no funcionarían y quedarían fuera de lugar respecto a la historia, por lo que no habría mas remedio que recortarlas, a pesar de su belleza. Esas canciones sólo sonarían para mí, como siempre lo hacen, como siempre lo harán.
Si mi vida fuese una obra de teatro, estos serían los minutos previos a que se apaguen las luces: la emoción recorrería a todos como una corriente eléctrica, contagiándose entre todos como una epidemia. Se trataría de ese instante de animosidad y jolgorio que se da cuando la multitud empieza a entrar a la sala, charlando sobre sus expectativas y contándose esas cosas mundanas que a nadie excepto a mí le resultan interesantes. Unos cuantos minutos de alegría injustificada y ruido que se acaba una vez todos se ubican en sus asientos; entonces procederían a mirarse los rostros los unos a los otros mientras juzgan en silencio sus vestimentas con una sonrisa acartonada en los labios, intentando deducir de qué trabajan los demás, su posicionamiento político, si malcrían a sus hijos o cuánto dinero ganan al mes. Todavía no se trataría de mí sino meramente de ellos, los que miran, los únicos y fundamentales protagonistas.
Si mi vida fuese una obra de teatro, los últimos instantes entre bambalinas serían espantosos: yo lo analizaría todo, espiando discretamente detrás del pesado telón de terciopelo, escudriñando rostros y expresiones, vislumbrando más en ellos que lo que cualquier amigo, familiar o cónyugue podría ver en toda su vida. Tomaría ventaja y los desnudaría en cuerpo y alma antes de que ellos me desnuden a mí. Determinaría quién es quién, aunque en muchos casos mi intuición me engañe y me termine jugando en contra. Entonces, antes de que pueda hacer nada, las luces de la sala se apagarían y con ellas las voces de la audiencoa, y aunque mi vida aún no comienza, ya lleva en marcha un largo rato. Me quedaría de pie, quieto, sin saber qué hacer en medio de la negrura. Esa oscuridad es fundamental, esos instantes de silencio atroz y ceguera insoportable, de pequeña muerte, de tensión tenue, de pánico escénico. En ese instante tendría que decidir si quiero seguir con la obra o si quiero correr con desesperación por la puerta trasera aprovechando mi disfraz de sombras, huyendo para siempre de esa multitud ansiosa por juzgarme. Me gustaría pensar que tengo ese poder de decisión, aunque en realidad no puedo cambiar el rumbo de las cosas.
Si mi vida fuese una obra de teatro, el comienzo nadie lo entendería: el telón escarlata se abriría con dificultad, mostrando a un joven que llega demasiado tarde a un mundo demasiado viejo, intentando mantenerse fiel a quién es y a por quiénes es, queriendo llegar a ser sin deshacer, deseando crecer sin desaparecer entre la espuma del mar. Ese joven, claro está, seré yo. El tañido suave de una campana acompañaría cada una de mis pisadas a través de la cosmogonía en la que nací. Lentamente, una a una, las voces y figuras de quienes me componen empezarían a aparecer, empezando con un suave rasguido de guitarra acompañado por el violín y la bailarina, la actriz y el percusionista, el superhéroe y el clarinete, la artista de la vida. El bajo se une y la viola se hace presente. El arpa armoniza. Un piano suave marca el tiempo. Al llegar al centro del escenario, mientras estoy rodeado por los constantes, un sinfin de efímeros correrían y se entrechocarían, estallando al rozarse y volviéndose humo: el cisne, la bruja, el bufón, las hienas, el camaleón, el ratón, las sombras. El preludio de la tortuga finalizaría con cuatro palabras: "siempre hay una excusa".
Si mi vida fuese una obra de teatro, el final sería deslumbrante: no podría ser de otra manera al tratarse de una obra tan breve y extensa a la vez, abarcando tantas situaciones y existencias entrecruzadas, enredadas en una maraña incomprensible pero que cada quien interpreta de manera diferente y particular. Las criticas no importarían (¿acaso importaron alguna vez?), pues la obra nunca es hermética y muta tras cada función, al igual que la vida. Una vida que se repite, igual pero diferente, cada noche a la misma hora. Por más que se prepare y se ensaye y se planifique y se anticipe nunca saldrá de la misma manera... ¿Qué encanto tendría eso? Las tensiones de toda una existencia no se disolverían, sino que se atenuarían y dejarían de importar. Al final lo bueno prevalece sobre lo malo, las desilusiones se entierran en el pasado, las maldiciones se terminan y todo lo que parecía estar equivocado se soluciona mientras que quienes se hicieron merecedores vivieron una vida larga y feliz. El escenario sería un desfile de colores y luz, todos bailando y celebrando sus logros mientras la campana, la guitarra, el violín, la orquesta no dejan de sonar, hasta que el viento empieza a soplar y las luces de colores se empiezan a apagar como si fuesen velas. Una por una, las figuras e instrumentos se desvanecen también: algunas se mantienen firmes en su posición intentando resistirse, pero es inútil. La ráfaga corroe la carne, funde los metales, deshace la madera y todo esto sin esforzarse siquiera. Al final, sólo se oye la campana, tañendo con más fuerza que nunca. Una luz blanca resiste. Luego llega la tortuga. La campana suena cada vez más suavemente. La luz se apaga. Un último tintineo. Después, el silencio... y los aplausos.