I wish you would see the light
Before the day turns into night.
I wish you would submerge into the river
Before our memories start to shiver.
And when it is all over we still have to clear up.
I am afraid of the dusty robber
Who ran away on the cold October.
I am afraid of that nasty laughter
When someone steals your ever after.
And when it is all over we still have to clear up.
I ask you to use your brain,
But seems like it has been slain.
I ask her to make things right,
But she just want to see you bright.
And when it is all over we still have to clear up.
I do not know who is wrong here,
Though I do know you feel the fear.
I do not know when it will end,
Though I do know who is not my friend.
And when it is all over we still have to clear up.
I feel the steel against my skin,
And I can not find a place to lean.
I feel the tray offering your head,
And I see the bastards full of dread.
And when it is all over we still have to clear up.
I forget the sound of your rough song,
Sang by the dead ones for so long.
I forget to ask you where you went,
Or where is that letter you never sent.
And when it is all over we still have to clear up.
I do not care if you are not mine.
As long as you tell me you are fine.
I do not care to be betrayed,
As long as I know what you have made.
And when it is all over we still have to clear up.
I understand the changes in you,
Perhaps the time will change me too.
I understand the lies you tell,
Perhaps the truth in you still dwell.
And when it is all over we still have to clear up.
And I wish, but I am afraid;
And I ask, but I do not know;
And I feel, but I forget;
And I do not care, but I understand;
That when it is all over we still have to clear up.
30 ene 2014
When it is all over we still have to clear up
12 dic 2013
In between
I am forever between landmarks and days full of luck,
and missing my chances to just give it up.
I am forever between thoughts, a fight and a rove;
the hope I once had in you now flees like a dove.
Between knives I am dancing, in dead trees I hide;
in libraries I am diving as I turn back around.
I am forever between comparisons of future and past,
ignoring the fact that you will not back me up.
I am forever between cities, a push and a shove;
the letters of my old friends and re-joy and love.
Between cameras I am frowning, and train seats I am down;
in car parks I am sighing as I turn back around.
and missing my chances to just give it up.
I am forever between thoughts, a fight and a rove;
the hope I once had in you now flees like a dove.
Between knives I am dancing, in dead trees I hide;
in libraries I am diving as I turn back around.
I am forever between comparisons of future and past,
ignoring the fact that you will not back me up.
I am forever between cities, a push and a shove;
the letters of my old friends and re-joy and love.
Between cameras I am frowning, and train seats I am down;
in car parks I am sighing as I turn back around.
29 ago 2013
Tiempos a destiempo.
Recordar la infancia me resulta una acción agridulce. Los niños tienen una percepción del tiempo efímera y frágil, una manera de medir los momentos que los adultos parecen perder casi por descuido; es por eso que no pueden hacer otra cosa más que envidiarla. ¡Cómo quisiera uno volver a los primeros años de vida, donde los días son eternos, las semanas interminables, un mes es casi un siglo y un año no termina nunca! Donde el espacio es algo estático que día a día se mantiene intacto y así será para siempre, donde es el tiempo el que avanza. A veces rememoro momentos del pasado y me parece que mi infancia duró el doble; ver que todas esas cosas que tan nítidas y separadas las unas de las otras permanecen en mi mente corresponden en realidad a un periodo de tiempo muy breve me descoloca constantemente.
Es que el tiempo, a diferencia del espacio, no existe de manera material, no existe más que en mediciones y en los propios efectos que genera en el mundo y en quienes lo habitan. Uno puede contar su paso en segundo, minutos y horas... pero, ¿cuánto duran éstos? Hay minutos de media hora, horas que son un segundo, instantes que se infinitizan y eternidades que no duran nada. Hay tiempos sólidos, que no transcurren o que lo hacen lentamente; hay tiempos elásticos que se estiran hasta el doble de su capacidad e incluso hay tiempos muertos y vacíos que nadie sabe cómo han dejado de ser. Hay ocasiones en que el tiempo que se vuelve espacio y como espacio se vuelve insoportable por su inmovilidad. Está el tiempo que se detiene y que al hacerlo pone en movilidad al espacio, un espacio que toma la posta y se despliega raudo o pausado. Un tiempo liquido que discurre y un tiempo liquidado que se desvanece. El tiempo que chorrea intempestivo y el tiempo que resbala eternamente. Tiempos, espacios, mediciones.
Es interesante intentar cambiar de percepción, adaptar el tiempo a nuestro ritmo y que no sea al revés. Ponerle pausa al mundo acelerado en el que vivimos y hacer que, por una vez, el reloj nos favorezca; volver a la infancia, donde un año eran trescientos sesenta y cinco mil millones de recuerdos y no solo un puñado de "dejar para mañana lo que no llego a hacer hoy".
La inmortalidad existe: sólo se trata de saber cómo mirar el mundo, cómo mover el espacio y cómo detener el tiempo.
Es que el tiempo, a diferencia del espacio, no existe de manera material, no existe más que en mediciones y en los propios efectos que genera en el mundo y en quienes lo habitan. Uno puede contar su paso en segundo, minutos y horas... pero, ¿cuánto duran éstos? Hay minutos de media hora, horas que son un segundo, instantes que se infinitizan y eternidades que no duran nada. Hay tiempos sólidos, que no transcurren o que lo hacen lentamente; hay tiempos elásticos que se estiran hasta el doble de su capacidad e incluso hay tiempos muertos y vacíos que nadie sabe cómo han dejado de ser. Hay ocasiones en que el tiempo que se vuelve espacio y como espacio se vuelve insoportable por su inmovilidad. Está el tiempo que se detiene y que al hacerlo pone en movilidad al espacio, un espacio que toma la posta y se despliega raudo o pausado. Un tiempo liquido que discurre y un tiempo liquidado que se desvanece. El tiempo que chorrea intempestivo y el tiempo que resbala eternamente. Tiempos, espacios, mediciones.
Es interesante intentar cambiar de percepción, adaptar el tiempo a nuestro ritmo y que no sea al revés. Ponerle pausa al mundo acelerado en el que vivimos y hacer que, por una vez, el reloj nos favorezca; volver a la infancia, donde un año eran trescientos sesenta y cinco mil millones de recuerdos y no solo un puñado de "dejar para mañana lo que no llego a hacer hoy".
La inmortalidad existe: sólo se trata de saber cómo mirar el mundo, cómo mover el espacio y cómo detener el tiempo.
7 jun 2013
Llave de lluvia.
Amor que no fue:
Extraño tus zafiros. Extraño tus perlas, tu trigo, tu manzana. Extraño tu música, tu luz, tu textura, tus colores. Extraño todo esto. ¿Extrañas vos mis carbones, mis lápidas, mi arbusto, mi desierto? ¿Mi lluvia, mi cactus, mi luna? ¿Te acordás todavía de mi, de vos, de nosotros? ¿Forma acaso parte de tus recuerdos esa tarde de verano en la que no hicimos nada más que mirar las olas rompiendo contra las rocas, sin emitir una sola palabra por algún disgusto tonto, hasta que horas más tarde nos miramos y quebramos en risa y llanto al tiempo que nos fundíamos en un abrazo eterno? ¿Guardás todavía esa pluma roja tan curiosa que encontramos entre los edificios? ¿Te acordás de cómo visitamos a decenas de veterinarios, biólogos e incluso a algún que otro ornitólogo, pero ninguno supo decirnos con exactitud a qué pájaro pertenecía, alimentando así nuestra imaginación y permitiéndonos inventar las historias más bellas jamás contadas? ¿Escuchás de vez en cuando, así, tal vez, a la pasada, la canción que siempre te cantaba cuando nos juntábamos en mi casa a dormitar bajo los rayos del sol de la tarde, esa canción que hablaba de tantos para siempres? ¿Te acordás todavía de mi, de vos, de nosotros?
Perdón por tantas preguntas, pero es tan solo una milésima parte de todas las que tengo guardadas para decirte y que la distancia, esa distancia absurda e inexistente, me impide hacerlo. Cuando me senté ayer en el asiento junto a la ventana del colectivo, de camino a la facultad, no pude evitar mirar en el hueco que queda entre el cristal y el marco. Ahí, como de costumbre, había un boleto doblado varias veces sobre si mismo: es algo que constantemente ocurre, la gente dobla su boleto y lo guarda ahí, como si formara parte de un ritual. Lo tome y, te vas a reir por esto, lo abrí con los dedos temblorosos ante la posibilidad de que contuviese uno de tus mensajes. ¿Te acordás de eso? Era nuestra tradición de cada viaje: una vez nos sentábamos, escribíamos algo en la parte trasera del rectángulo de papel que la máquina del colectivo nos devolvía. Generalmente eran palabras inconexas, aunque a veces poníamos fragmentos de la canción que sonara en los auriculares en ese momento o un verso del poema que veíamos esa semana en clase de literatura. Abrí, entonces, ese papel que era más plástico que papel, y casi se me cae de las manos por la sorpresa: estaba escrito. Se me desenfocó la vista por un momento, y cuando volví a mirar la sorpresa fue reemplazada por indignación: había allí anotado un nombre, como es la moda ahora: las adolescentes desesperadas por atención escriben en todos lados (paredes, billetes, diarios y revistas) el apodo que usan en las redes sociales del momento, a la espera que su príncipe azul lo encuentre, las agregue y sean así felices para siempre. Rompí, sin más, el papel en mil pedacitos: lo lamenté en el alma por Lucía Bell, porque si yo era su príncipe entonces me esperaría por toda a eternidad. No podía creerlo, no podía contener mi ira. No tenían derecho a escribir en los boletos, nadie, ¿quién se creían? Ese era nuestro secreto, solo nuestro: tuyo y mío, sin miramientos a un tercer, cuarto o milésimo miembro. Me sentía ultrajado, engañado, como si alguien hubiese violado nuestra propiedad, y no fue hasta que una mujer mayor me puso la mano en el hombro mirándome con preocupación y diciendo unas palabras que ignoré que me di cuenta que las lágrimas hirvientes caían cuesta abajo por mis mejillas, dejando un rastro abrasador por donde pasaban. Todos los pasajeros me estaban mirando: no descarto la posibilidad de que haya dejado salir un grito furioso al ver ese estúpido nombre de esa tonta adolescente en el boleto. Lo próximo que recuerdo es haberme bajado ahí, en el medio de la nada, con la vista nublada y el alma con precipitaciones. Me senté en la vereda y miré el cielo hasta que el azul se tiñó de rosado y mi firmamento interior se estabilizó, cesó la lluvia y un frío sol otoñal asomó. Caminé las veinte, treinta o miles de cuadras que me separaban de la universidad pensando en, claro está, tu persona. Todo lo que en la realidad aconteció durante esa caminata me fue ajeno hasta que, como un imán, la casa abandonada atrajo mi atención. Era esa casa, sí, la que cada día veíamos con atención de camino a la facultad. Toda desvencijada, venida a menos, poco querida, sola, solita; pero lo que más nos llamaba la atención era la llave, esa llave un poco oxidada que alguien (como para unirnos un poquito más) había atado con alambre en torno a un árbol viejo, podrido y muerto. Siempre tuve esa pulsante necesidad de agarrarla cuando nadie me mire y probar si abría la gran puerta de roble de la casa abandonada, o si era de su ventana de metal con cerradura, o del negocio aledaño con la cortina metálica eternamente baja, o si acaso se deshacía en mis dedos por lo vieja y el agua de lluvia que la había cubierto; sin embargo nunca lo hice. Vos me alentabas a que la tome, pero no lo hice. Era demasiado noble entonces como para tomar algo que no me pertenecía. Ahí colgó la llave, pues, por años, tal vez por siglos, hasta ayer: ayer pasé y vi con desasosiego que ya no estaba más. Creo que fue eso lo que me impulsó a escribirte, a escribirme, a escribirnos; nuestra llave no está, no sé adónde fue y probablemente nunca sepamos si abría en verdad la puerta de esa casa, de esa ventana o de esa cortina. Tal vez no. Tal vez no abría nada. Tal vez abría todo, hasta tu corazón oxidado por la lluvia que derramé sobre él. Eso es lo curioso de las llaves, ¿no te parece? Que abren un abanico de posibilidades.
Espero que, por lo menos, esté en buenas manos ahora. Que quien la tenga o vaya a tener sepa valorarla, la trate con cariño y de giros en esa cerradura tan sólida pero frágil con extremo cuidado. Que no tema usarla, como yo en su momento, y la aproveche antes de que desaparezca para siempre en un chaparrón de verano.
"Nunca lo olvides", me dijiste una vez, "toda lluvia, por destructiva y fría que sea, cae en suelo fértil, hace crecer las semillas y es el inicio de nuevas cosas. No te atrevas a verla como un simple llanto". No lo olvido. No te olvido. No me olvidaré.
Extraño tus zafiros. Extraño tus perlas, tu trigo, tu manzana. Extraño tu música, tu luz, tu textura, tus colores. Extraño todo esto. ¿Extrañas vos mis carbones, mis lápidas, mi arbusto, mi desierto? ¿Mi lluvia, mi cactus, mi luna? ¿Te acordás todavía de mi, de vos, de nosotros? ¿Forma acaso parte de tus recuerdos esa tarde de verano en la que no hicimos nada más que mirar las olas rompiendo contra las rocas, sin emitir una sola palabra por algún disgusto tonto, hasta que horas más tarde nos miramos y quebramos en risa y llanto al tiempo que nos fundíamos en un abrazo eterno? ¿Guardás todavía esa pluma roja tan curiosa que encontramos entre los edificios? ¿Te acordás de cómo visitamos a decenas de veterinarios, biólogos e incluso a algún que otro ornitólogo, pero ninguno supo decirnos con exactitud a qué pájaro pertenecía, alimentando así nuestra imaginación y permitiéndonos inventar las historias más bellas jamás contadas? ¿Escuchás de vez en cuando, así, tal vez, a la pasada, la canción que siempre te cantaba cuando nos juntábamos en mi casa a dormitar bajo los rayos del sol de la tarde, esa canción que hablaba de tantos para siempres? ¿Te acordás todavía de mi, de vos, de nosotros?
Perdón por tantas preguntas, pero es tan solo una milésima parte de todas las que tengo guardadas para decirte y que la distancia, esa distancia absurda e inexistente, me impide hacerlo. Cuando me senté ayer en el asiento junto a la ventana del colectivo, de camino a la facultad, no pude evitar mirar en el hueco que queda entre el cristal y el marco. Ahí, como de costumbre, había un boleto doblado varias veces sobre si mismo: es algo que constantemente ocurre, la gente dobla su boleto y lo guarda ahí, como si formara parte de un ritual. Lo tome y, te vas a reir por esto, lo abrí con los dedos temblorosos ante la posibilidad de que contuviese uno de tus mensajes. ¿Te acordás de eso? Era nuestra tradición de cada viaje: una vez nos sentábamos, escribíamos algo en la parte trasera del rectángulo de papel que la máquina del colectivo nos devolvía. Generalmente eran palabras inconexas, aunque a veces poníamos fragmentos de la canción que sonara en los auriculares en ese momento o un verso del poema que veíamos esa semana en clase de literatura. Abrí, entonces, ese papel que era más plástico que papel, y casi se me cae de las manos por la sorpresa: estaba escrito. Se me desenfocó la vista por un momento, y cuando volví a mirar la sorpresa fue reemplazada por indignación: había allí anotado un nombre, como es la moda ahora: las adolescentes desesperadas por atención escriben en todos lados (paredes, billetes, diarios y revistas) el apodo que usan en las redes sociales del momento, a la espera que su príncipe azul lo encuentre, las agregue y sean así felices para siempre. Rompí, sin más, el papel en mil pedacitos: lo lamenté en el alma por Lucía Bell, porque si yo era su príncipe entonces me esperaría por toda a eternidad. No podía creerlo, no podía contener mi ira. No tenían derecho a escribir en los boletos, nadie, ¿quién se creían? Ese era nuestro secreto, solo nuestro: tuyo y mío, sin miramientos a un tercer, cuarto o milésimo miembro. Me sentía ultrajado, engañado, como si alguien hubiese violado nuestra propiedad, y no fue hasta que una mujer mayor me puso la mano en el hombro mirándome con preocupación y diciendo unas palabras que ignoré que me di cuenta que las lágrimas hirvientes caían cuesta abajo por mis mejillas, dejando un rastro abrasador por donde pasaban. Todos los pasajeros me estaban mirando: no descarto la posibilidad de que haya dejado salir un grito furioso al ver ese estúpido nombre de esa tonta adolescente en el boleto. Lo próximo que recuerdo es haberme bajado ahí, en el medio de la nada, con la vista nublada y el alma con precipitaciones. Me senté en la vereda y miré el cielo hasta que el azul se tiñó de rosado y mi firmamento interior se estabilizó, cesó la lluvia y un frío sol otoñal asomó. Caminé las veinte, treinta o miles de cuadras que me separaban de la universidad pensando en, claro está, tu persona. Todo lo que en la realidad aconteció durante esa caminata me fue ajeno hasta que, como un imán, la casa abandonada atrajo mi atención. Era esa casa, sí, la que cada día veíamos con atención de camino a la facultad. Toda desvencijada, venida a menos, poco querida, sola, solita; pero lo que más nos llamaba la atención era la llave, esa llave un poco oxidada que alguien (como para unirnos un poquito más) había atado con alambre en torno a un árbol viejo, podrido y muerto. Siempre tuve esa pulsante necesidad de agarrarla cuando nadie me mire y probar si abría la gran puerta de roble de la casa abandonada, o si era de su ventana de metal con cerradura, o del negocio aledaño con la cortina metálica eternamente baja, o si acaso se deshacía en mis dedos por lo vieja y el agua de lluvia que la había cubierto; sin embargo nunca lo hice. Vos me alentabas a que la tome, pero no lo hice. Era demasiado noble entonces como para tomar algo que no me pertenecía. Ahí colgó la llave, pues, por años, tal vez por siglos, hasta ayer: ayer pasé y vi con desasosiego que ya no estaba más. Creo que fue eso lo que me impulsó a escribirte, a escribirme, a escribirnos; nuestra llave no está, no sé adónde fue y probablemente nunca sepamos si abría en verdad la puerta de esa casa, de esa ventana o de esa cortina. Tal vez no. Tal vez no abría nada. Tal vez abría todo, hasta tu corazón oxidado por la lluvia que derramé sobre él. Eso es lo curioso de las llaves, ¿no te parece? Que abren un abanico de posibilidades.
Espero que, por lo menos, esté en buenas manos ahora. Que quien la tenga o vaya a tener sepa valorarla, la trate con cariño y de giros en esa cerradura tan sólida pero frágil con extremo cuidado. Que no tema usarla, como yo en su momento, y la aproveche antes de que desaparezca para siempre en un chaparrón de verano.
"Nunca lo olvides", me dijiste una vez, "toda lluvia, por destructiva y fría que sea, cae en suelo fértil, hace crecer las semillas y es el inicio de nuevas cosas. No te atrevas a verla como un simple llanto". No lo olvido. No te olvido. No me olvidaré.
17 may 2013
Boo'ya!
Every single detail reminds me of the book we read together under the rain. Then, the rain fell, relentlessly, furiously, sorrowfully. The Moon watched everything with her twisted smile, hanging from a nail in the middle of that fake sky made of a very well painted piece of cardboard. The colors were bright and harmful, we tasted them and they were as unreal as you and I. The clouds cried to an invisible song for hours while the five of us ran around the Tree of Reyya, chasing death even when we should not do that.
Do you remember what was that Moon's name? Wasn't she your best friend? I remember you talking with her every morning, ignoring what the flowers thought about that. Why is that you only worry about yourself? I stop running; it is a stupid thing to do anyway, why do we even try that?
Boo'ya! you scream suddenly, running away and chasing the flowers while the dust accrued for years is blown away, making the butterflies sneeze. Where did you learn that tricky word? Every time you say it, our world becomes a little bit darker.
Boo'ya! and the clouds crashed.
Boo'ya! and the colors faded.
Boo'ya! and the masks fell.
Boo'ya! and the flowers cried.
Boo'ya! and the moon smiled.
You do not visit us anymore, up here. We miss you, maybe. The leaves of the Tree of Reyya do not stop raining, like those clouds did while we were reading about the history of that world of fairies, elves and heroes fighting against an eternal wicked villain in a depressing land of ashes. Has rain fallen from the sky, though? Has rain dripped out of the tree? Has rain dripped off the moon, or the book, or the mask, or the heart? Weren't ourselves, then, who have poured out our eternal emptiness? I remember that, while we were dyeing of red the flowers, who with their tiny petal mourned for our friendship.Where was God then, when we fell like rain? Why didn't he tend us his hand, knowing us as miserable and ephemeral?
I asked you once about your face. Why can't I see it? What are you hiding? But you answered me with silence, and silence, and silence; silence was not enough for me. It is not enough for me. Nothing is enough for me.
Drops, drops, drops. The downpour of words has started now, and it is not going to stop until we all get razed. I watch the fall beside you, so far away from yourself that I can almost touch you, so close that I miss you until my whole body hurts. I watch while you vanish screaming that wicked word, and everything around disappears in pain:
Boo'ya! fall.
Boo'ya! rain.
Boo'ya! cry.
Boo'ya! fade.
Boo'ya! Moon.
Do you remember what was that Moon's name? Wasn't she your best friend? I remember you talking with her every morning, ignoring what the flowers thought about that. Why is that you only worry about yourself? I stop running; it is a stupid thing to do anyway, why do we even try that?
Boo'ya! you scream suddenly, running away and chasing the flowers while the dust accrued for years is blown away, making the butterflies sneeze. Where did you learn that tricky word? Every time you say it, our world becomes a little bit darker.
Boo'ya! and the clouds crashed.
Boo'ya! and the colors faded.
Boo'ya! and the masks fell.
Boo'ya! and the flowers cried.
Boo'ya! and the moon smiled.
You do not visit us anymore, up here. We miss you, maybe. The leaves of the Tree of Reyya do not stop raining, like those clouds did while we were reading about the history of that world of fairies, elves and heroes fighting against an eternal wicked villain in a depressing land of ashes. Has rain fallen from the sky, though? Has rain dripped out of the tree? Has rain dripped off the moon, or the book, or the mask, or the heart? Weren't ourselves, then, who have poured out our eternal emptiness? I remember that, while we were dyeing of red the flowers, who with their tiny petal mourned for our friendship.Where was God then, when we fell like rain? Why didn't he tend us his hand, knowing us as miserable and ephemeral?
I asked you once about your face. Why can't I see it? What are you hiding? But you answered me with silence, and silence, and silence; silence was not enough for me. It is not enough for me. Nothing is enough for me.
Drops, drops, drops. The downpour of words has started now, and it is not going to stop until we all get razed. I watch the fall beside you, so far away from yourself that I can almost touch you, so close that I miss you until my whole body hurts. I watch while you vanish screaming that wicked word, and everything around disappears in pain:
Boo'ya! fall.
Boo'ya! rain.
Boo'ya! cry.
Boo'ya! fade.
Boo'ya! Moon.
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