4 oct 2015

Pensamientos e interacciones

-No me rompas mas las pelotas Francisco, corta... No, cortala porque ya no te banco más, desde hoy que me tenés... ¿Hola? ¡¿Hola?! Pero la puta madre que te parió.
Un bocinazo, una esquina, dos personas. Como salida de un trance al guardar su teléfono celular, la mujer parece finalmente percatarse de mi presencia y sonríe con nerviosismo, soltando un suspirito de resignación, sintiéndose en la obligación de dar explicaciones acerca de sus gritos.
-Mi hijo. Viste como es, les das la vida, tu tiempo y tu plata para que te lo paguen así. Que se le va a hacer.
Es uno de esos momentos de interacción incómoda entre dos transeúntes completamente desconocidos hasta el momento. No sé muy bien que contestarle, primero porque dijo "la puta madre que te parió" siendo ella esa persona, y segundo porque asume que sé cómo es tener un hijo cuando es obvio que no soy padre, al menos no de alguien con edad suficiente de tener un teléfono, así que sonrío y miro para otro lado, concentrado en mi música, rogando que eso sea lo suficientemente cortés como para que no me vuelva a hablar. Momentos antes yo estaba pensando en algo

{esta canción me hace acordar a cuando estuve en Nueva York ojala pueda volver pronto pero por ahora tengo que ir a la dentista mañana ojala como puede ser que todavía no hayan inventado algo o tal vez ya existe algo que arregle las caries de verdad que regenere el diente o lo estimule o una manera de que los dientes crezcan naturalmente ir al dentista es horrible uh mañana tengo que entregar el trabajo practico todavía no lo empecé qué horror y en el dentista nunca sé adónde mirar es tan incómodo no puedo hablar ni puedo interactuar y tengo que mirar ese cuadro feo del rincon y me duele el cuello como cuando en la peluquería me lavan el pelo que me deja el cuello duro tendría que aprovechar y leer los textos críticos pero no tengo ganas es como estar acá parado con esta señora y que me hable porque la escuché puteando por teléfono igual por qué será que mojamos el cepillo de dientes antes de cepillarnos los dientes como surgió esa tradición a la que nadie que tenga consideración por su dentadura escapa tendrá algún respaldo médico científico activará algún químico generando una reacción o es una especie de costumbre rara asentada en la sociedad por quien sabe que razón en la mentalidad colectiva como la de no pisar las grietas de la vereda o la de cuando se pasa la sal de mano en mano hay que tirar un puñado para atrás la verdad es que nunca lo había pensado y es interesante porque si uno lo piensa si hablamos de dientes esa señora acaba de decir que Francisco es un rompepelotas o me parece a mi jaja Francisco es un rompepelotas no lo puedo creer es verdad esto o simplemente una coincidencia tampoco es que este en desacuerdo de todos modos}

totalmente distinto cuando la mujer le atribuyó a Francisco el ser un rompepelotas, y eso alertó al pequeño flaneur que llevo dentro. Me reí por dentro y un poco por fuera y con disimulo me saqué uno de los auriculares (el izquierdo, porque la mujer estaba a mi derecha y no quería que se de cuenta) y escuché con más atención. Ahora la mujer se balancea en el borde de la vereda ansiosa por cruzar, a pesar de que el semáforo está en verde y los autos pasan uno atrás del otro. Da un paso, retrocede. Otro paso, retrocede. Mientras lo hace, sigue jugueteando con el celular, sin mirar realmente lo que pasa en la avenida. Podrían atropellarla en uno de sus descuidos pero no parece que eso la preocupe mucho.
-A ver, vamos a ver si puedo volver a llamarlo... agenda, Francisco, llamar... No, no tengo más batería... La connnciencia de la lora.
Evidentemente es de esas personas entrañables que dicen en voz alta todo lo que hacen, o casi todo. No dice en voz alta que va a agitar el celular con fuerza, cosa que hace, como si de esa manera pudiese recargarlo mágicamente; no parece funcionar, asi que le da un par de golpecitos con la palma de la mano, una vieja técnica para una nueva tecnología. Parece funcionar (claro que sí), porque la veo llevarse el aparato al oído y escuchar con impaciencia. Mientras tanto todo se detiene a nuestro alrededor, y por todo me refiero a los autos. El semáforo está en rojo. Cruzamos. Yo me aburro y me vuelvo a perder

{mañana tengo demasiadas cosas para hacer no sé por qué le dije que podíamos salir hoy si tendría que estudiar Lingüística encima a tomar cerveza bueno al menos cuando vuelva voy a tener sueño pero bueno algunas cosas son mas importantes si me va mal tengo el recuperatorio encima todavía no leí nada de Argentinas para el trabajo práctico ni busque los presupuestos para el evento tengo que levantarme temprano para ir a trabajar enviar por e-mail ese listado que me llevó como una semana elaborar todavía no edite el video ni grabé los tutoriales quien me hubiera dicho que tendría una vida tan ocupada al menos soy feliz tranquilamente podria estar sufriendo ahora bueno tengo mis cosas no importa debería preocuparme por rendir los finales que tengo acumulados nunca voy a ser del todo feliz pero tampoco es un logro o un estadio o si no se la verdad al final las cosas pasan siempre por algo y es mejor de esa manera porque si no fuese así yo ahora estaría quién sabe donde las decisiones que tomé siempre resultaron correctas hasta ahora así que tan mal no debo estar}

en mis pensamientos cuando Francisco atiende. No a mí, claro (¿por qué iría a llamar a Francisco?), sino a ella, la madre con ceño fruncido, cabellera salpicada de canas rebeldes que escaparon a la tintura, con un buzo de polar de Puerto Madryn con una ballena que todo el mundo menos yo tiene. Habla justo cuando llegamos al otro lado de la calle, como completando un proceso de transición. Me perdí la primera parte de la conversación por pensar

{en el trabajo en mi futuro en mis amigos en mis no amigos en los estudios en el viaje en el pasado en el futuro en el evento en los finales en la felicidad}

en mis cosas, pero por suerte no parece haber sido nada importante.
-Sí, no, pero estoy con poca batería... Sí, buen... Bueno, sí, pero no. No. No sé Francisco, es tu padre, no el mío, vos tendrías que estar llevándole los remedios. Claro, vos estás con tu novia y yo soy la pelotuda que se hace cargo de lo que a vos no te gusta hacer. No me grites encima, porque mira que... no sé, ahora voy a ver a tu padre así le doy los remedios estos... Sí, me llamó recién porque vos no le dabas bola, y encima está con la vieja ésta, me ataca, habla cosas extrañas... Parece que fuera otra persona. Vamos a ver otros lugares a ver si... sí, sí. Así que bueno, le conseguiremos otro lugar. Qué va a ser. ¿Vos te pensás que yo tengo ganas de hacerme cargo de esto? Bueno, no. Vos sos el hijo, no yo, te repito. Si, veremos. A ver que pasa. Sí. Bueno. Gracias, dale. Chau.
La cuadra por la que vamos caminando casi a la par está prácticamente a oscuras. La mujer acelera el paso y me sobrepasa, con el teléfono nuevamente en la oreja. 
-¿Hola? ¿Hola? ¡Hola! Tsk, que viejo pelotudo.
Miro para el otro lado para que no se de cuenta de que estoy atento a cada una de sus palabras, anotandolas en mi celular para poder armar un texto después, cuando veo la pintada vieja y mediocre en la pared sucia: "Agus Saavedra". Otra vez me carcajeo pero esta vez me aseguro de mirar a mi celular, adonde voy anotando

{palabras pensamientos diálogos escenas cotidianas paisajes la pared dice Agus Saavedra y esta mujer tiene un hijo que se llama Francisco what are the odds}

cada cosa que pueda servirme para armar un texto después, algo que de testimonio de la serie de coincidencias absurdas que me ocurrieron camino a un bar a las nueve menos cinco de la noche de un domingo cualquiera.
Mis distracciones me hicieron retrasarme. Es lo que pasa cuando uno se abstrae en sus pensamientos y divaga en ese lago infinito que es el inconsciente. Por suerte con tres pasos largos adelanto a la mujer 

{Se llamará Iara o Araceli o Ana o Renata o Romina o algo así no sería raro a esta altura ya nada me sorprende ojalá diga su nombre}

-¡Hola, Manuel!

{Manuel acaba de decir Manuel ya esto no puede ser jajajaja esto es jajajaja el destino jajaja no lo puedo creer dijo Manuel jajajajajaja ya están todos esto es genial}

-Manuel, hola, hola... ¡HOLA! ¿Además de viejo estás sordo ahora? ¿Hola? Sí, ¿a ver ahí? ¿Me escuchás? Bueno... no, que estoy abajo. Sí, ya llegué. ¡Sí! Abrime, dale. No, a la vieja del orto esa no quiero ni verla, no, que no aparezca porque la cago a trompadas. Sí, sí, hacete el gracioso vos. Vamos a ver cómo te reís cuando te la meta en el asilo a la vieja de mierda esa. Bajá que estoy llegando tarde, dale, no tengo todo...
La frase se corta cuando la puerta que lleva a una casa escondida tras metros de pasillo se abre y aparece Manuel

{Un gusto conocerlo usted y su familia son todo un simbolismo absurdo e hilarante en mi vida y eso que todavía ni siquiera tomé nada pero tendría que ir contandome como se llama la vieja esa de mierda de la que tanto hablan dice cosas extrañas tal vez sea yo tal vez ella también sea parte de esta pantomima mística}

y los dos se saludan rápido antes de desaparecer engullidos por la negrura. Idos para siempre jamás. O tal vez no, ¿quién sabe? Uno una pared vieja y desgastada, casi invisible, irrelevante; otro un viejo sordo con una vieja de mierda que solo trae complicaciones a los que se preocupan por ellos; el último un eterno adolescente insoportable que no puede hacerse cargo de las cosas que la vida le pone adelante y escapa por la salida fácil. Cada uno de ellos existentes el tiempo suficiente para hacerme ver

{que la vida sí es una novela una de las buenas y ridículas con muchos clichés como embarazos falsos amnesia para no admitir los errores de la vida y desapariciones misteriosas cuando un actor deja la serie porque no le pagan suficiente o no es lo que pensaba}

que las coincidencias no existen, que las visitas al dentista no son fortuitas, que los caminos a los bares son los más interesantes, que los parciales al final no son tan importantes y que Dios está en las pequeñas cosas y tiene un sentido del humor exquisito.

22 jun 2015

En la fila del cajero

Clank, clank, clank, clank. El ruido que hace el mecanismo que eleva a los pintores por la fachada del edificio es cuanto menos sonoro. Con cada "clank" parece que una cuerda se cortará y los dos trabajadores se precipitaran dentro de su receptáculo celeste en dirección a la acera, como si un pedacito de cielo quisiera suicidarse.

Clank, fsss, clank, fsss. En vez de caer, se elevan cada vez más, las cuerdas deslizándose en los rieles con un siseo reptiliano, sibilantes en su ascenso. Los pintores miran las nubes cenicientas con cierta añoranza a medida que se acercan, como si quisieran volverse una torre de Babel y tocar el sol con las manos antes de que sea la hora de la cena. Algo dentro mío vibra con insistencia y gravedad, como la cuerda de un contrabajo en un vibrato eterno. En ese siseo constante lo veo todo claro por un instante: un golpe fatal, una soga que se suelta, un grito y por último el rancio olor de la muerte.

Zzzzzzzzzzn CHACK. Con un chasquido sonoro la cuerda se corta. El silencio que se genera sigue siendo igual de angustiante. La premonición fatal nace y crece en mi mente, como un tercer ojo que se abre y observa, un augurio de lo que va a pasar. Es una necesidad profética, un instinto imparable. Puedo vislumbrar mi futuro como psíquico, analizando las variables y los destinos en algún programa de televisión, escribiendo libros sobre diferentes horóscopos y los astros alineados y la borla de café instantáneo que compro religiosamente en el super de la esquina, transmitir las verdades a altas horas de la madrugada en un programa de radio local mientras cincuentonas angustiadas y agobiadas por la rutina llaman y escriben incesantemente con la ilusión de que los dioses del Olimpo, del antiguo Egipto o de cualquier lado tengan algo inmenso guardado para ellas y yo sea aquel que sepa transmitírselos. ¿Un divorcio tal vez? ¿Una tarde de compras sin culpa? ¿Esa lencería erótica con la que finalmente insinuarse al vecino de abajo?

Crietch, pat, pat, pat. Dejo de divagar al ver que la cabina no cayó ni desapareció, excepto en mi mente, sino que llegó a lo más alto del edificio y ahora se camufla con el cielo. Lo único roto fue esa tensión interna que me invadía, la ilusión de poderes superiores que tenía. Busco con la mirada en las alturas y veo que los pintores ya no están en el cubículo cerúleo, sino que se alejan paso a paso sobre el techo con el almuerzo en la mano y sus mejores piropos preparados para toda aquella fémina que atraviese la acera. Al menos, gracias a las alturas, ellas no se enterarán jamás de esa absurda competencia. Mi prometedor futuro como profeta se desvanece como el humo del cigarrillo de la anciana que pasa a mi lado; con la vestimenta adecuada, ella podría superarme como adivina.

Pat, pat, plaf, ay Dios mio estás bien, grrrguau guau, vení acá,  beeeeeep, shrieeek, baurffff, ay por Dios no ay por Dios no. La seguidilla de sucesos y sonidos se produce más cerca, y cuando me doy vuelta veo como con delay que hay un anciano tendido en la acera con quien debe ser su mujer arrodillada al lado. El perro que llevaba en brazos instantes antes corre libre de las manos férreas que lo aprisionaban y con la correa ondeando al viento sale disparado en dirección al edificio recién pintado, como en dirección a los pintores aéreos. Por un instante sospecho que el diminuto can va a acusarme de falso profeta, aunque me tranquilizan los quince metros que lo separan de la terraza y las manos desesperadas de la dama, para quien su esposo caído pasó a segundo plano y se avalanza como mi mejor aliada a detener al perro; sin embargo, el animal también tiene un poderoso asociado, quien ante su falta de alas para llegar a los pintores decide darle un fuerte impulso. La bocina genera un ensordecedor estruendo que pronto da paso a la colisión junto al gemido fatal. El vuelo es corto y no alcanza la altura necesitada, cobrándose la vida del pequeño bicho en el camino. Siempre será recordado como el mensajero cuyo comunicado jamás se logró transmitir. Los gritos de la mujer se fusionan con otros, pero yo lo único que escucho es nuevamente la cuerda más grave vibrando en mi cabeza.

A veces los personajes cambian, algunas veces los tiempos no coinciden, pero al final del día las circunstancias siempre son las mismas.

2 may 2015

Entr'acte

Cuando alguien nos decepciona, siempre resulta difícil decidir si seguir o no con esa relación, incluso si quienes nos decepcionaron han hecho cosas buenas por nosotros en el pasado. Hay alguna gente que piensa que hay que perdonar a todos, incluso a aquellos que nos han decepcionado inmensurablemente. Hay otra gente que dice que no deberíamos perdonar a nadie y hacerles probar una cucharada de su propia medicina, sin importar cuántas veces se disculpen. De estas dos filosofías, por supuesto que la segunda es mucho más divertida, pero también puede resultar agotador hacerle probar una cucharada de su propia medicina a cada persona que nos decepciona, ya que todos decepcionan a todos eventualmente y uno no puede ir por la vida dándole medicina a todo el mundo. Cuando vemos el daño que esas personas hicieron en el pasado, es como si nos hubiésemos hecho un moretón hace algún tiempo, el cual ya casi ha desaparecido pero que aún duele cuando lo tocamos, y cuando lo tocamos nos hace querer darle a esas personas una cucharada de su propia medicina.

Pero a veces el perdón no alcanza. A veces la aceptación al cambio no es suficiente. A veces la medicina, propia o ajena, no cura nada sino que lo empeora. A veces lo mejor es quemar algunos puentes y empezar otra vez... Pensar en las decepciones como entreactos en la gran puesta en escena que es la vida, y aceptar que no todos los actores están hechos para los papeles protagónicos.

24 abr 2015

Libros

Libros.

Libros hechos de papel, libros hechos de cartón, libros hechos con sonido y que llaman audio-books, libros que existen solo adentro de una computadora o de esos aparatitos que llaman e-books. Libros de ficción o de no ficción, libros de teatro o libros de ensayos, libros en verso o en prosa, que tampoco es poca cosa. Libros sobre la realidad, o sobre las realidades, o sobre la falta de tal cosa. Libros basados en hechos reales o libros cuyas situaciones y personajes no están inspirados en la realidad y cualquier coincidencia con la misma es pura casualidad. Libros policiales, de misterio, de aventura, de amor, de ciencia ficción o de suspenso. Libros de cocina con recetas para hacer en una hora o en diez, cinco, cuatro, tres, dos, uno o ningún minuto, que se pueden saborear y son tan deliciosos como lo que enseñan. Libros de música con partituras, notas y figuras, con letras y números codificados, libros para cantar o para que nos canten. Libros de política, libros apolíticos, libros apocalípticos, libros apócrifos; libros capitalistas, socialistas, comunistas, anarquistas, marxistas, leninistas, radicales, peronistas, kirchneristas, anti-kirchneristas, ultra-kirchneristas, super-duper-kirchneristas, a-kirchneristas, anti-todo. Libros de izquierda, de derecha, del centro y adentro. Libros de historia local, nacional, mundial, intergaláctica. Libros sobre las estrellas, los planetas y el universo, libros sobre la tierra, sobre el agua, sobre el sol y sobre la gente. Libros con fórmulas científicas, códigos de computación, de enreversadas teorías matemáticas que yo no entiendo o con bellos poemas visuales que mueven algo adentro mío que nadie sabe muy bien qué es. Libros con ilustraciones, con fotos, con garabatos y con demás artilugios cuidadosamente seleccionados o tal vez directamente tirados al azar entre sus páginas por un autor, ilustrador o editor que no está muy seguro de lo que hace. Libros con pocas o muchas palabras, libros con historias que quieren ser cuentos que quieren ser relatos que son microficción y algún día anhelan llegar a ser novelas y volverse famosos. Libros que quieren ser libros, que quieren ser otro y que quieren sobresalir. Libros con centenares de páginas o tal vez sólo unas pocas pero que encierran muy apretadamente todo lo que estamos buscando. Libros hechos a mano, en computadora, con máquina de escribir o en una imprenta monstruosa. Libros escritos con tinta negra, con tinta gris, con tinta roja, verde, azul o de todos los colores del arcoíris. Libros transmisores de mensajes morales, de lecciones de vida o simplemente con una historia para contar. Libros para enseñar, libros para aprender, libros para evolucionar o para desaparecer. Libros con personajes memorables, detestables, profundos o tan planos como la hoja en la que están escritos. Libros con situaciones de ensueño, momentos de tensión o simples espacios de reflexión para distenderse y olvidarse de un mundo que a veces parece sacado de un libro. Libros que son mundos y que nos vuelven parte de ellos en vez de volverlos nosotros parte nuestra. Libros que recién llegan, que ya se van, que estuvieron siempre y uno no sabe de donde salieron o que fueron buscados incansablemente hasta que finalmente se los hace propios. Libros dedicados, libros autografiados. Libros pintarrajeados, libros amarillentos, libros empolvorados. Libros descoloridos. Libros de tirada única, de primera edición, o de tercera o cuarta pero con un valor agregado que nadie comprende. Libros viejos, milenarios, antiquísimos, reliquias hechas de papiros egipcios y con olor a abuelo. Libros nuevos con olor a tinta fresca recién salidos de la imprenta que los clona de a millones para saciar la sed de adolescentes ansiosos por saber como sigue la historia de su heroína o héroe favorito. Libros usados, desgastados, corroídos, despedazados, que se caen de a trozos y que pierden las hojas como si vivieran un otoño eterno, o libros que no se sabe como se mantienen de una pieza. Libros relucientes, rechinantes de limpios, impolutos, de un blanco y negro que encandila y enamora. Libros encontrados, libros perdidos, libros regalados, libros comprados, vendidos, heredados, prestados o robados. Libros propios, libros ajenos. Libros que se esfuman, libros que reaparecen, libros que se esconden.

Libros caros, inadquiribles, que se hacen desear con fervor y que completan algo incompleto en lo más profundo del alma cuando con mucho esfuerzo finalmente se los obtiene y saborea. Libros baratos, a precios absurdos, tesoros despreciados por un capitalismo salvaje y desinteresado; libros en mesas de saldo, bajados, rebajados y recontrabajados de precio, que piden por favor que los compren o que simplemente esperan quietos y en silencio a que uno los encuentre, conectado a ellos por un magnetismo invisible. Libros con precio, libros impagables, libros sin valor. Libros cargados de recuerdos, de historias no escritas, de memorias que nada tienen que ver con su contenido, ¿o tal vez sí?. Libros vacíos, libros en blanco pero llenos de caracteres, libros con su alma como una tabula rasa. Libros religiosos, libros ateos, libros agnósticos, Libros de Dios, de Satanás, de Zeus, de Alá, de Buda, de Krishna y/o de Mahoma. Libros prohibidos, libros mágicos, libros de encantamientos, libros de brujería y hechicería. Libros escritos, subrayados, borroneados, maltratados, descuidados, nunca queridos. Libros toqueteados, manoseados, violados y abusados. Libros vírgenes, libros sacralizados, libros jamás tocados y jamás leídos. Libros venerados, amados, mantenidos, acariciados y abrazados. Libros besados y que besaron alma y cuerpo, libros que llegan a lo más profundo del ser, libros que se nos quedan en las entrañas, libros atravesados en el hígado o en el corazón, libros que nos trascienden. Libros aventureros, libros discretos, libros nómadas y libros sedentarios.

Libros originales, libros falsos, libros plagio, libros fieles e infieles. Libros fotocopiados o anestesiados, multiplicados como los panes y los peces. Libros que nos engañan y libros a los que engañamos. Libros escritos en lengua natal, libros extranjeros, libros traducidos o codificados. Libros inentendibles. Libros que recorrieron el mundo, libros viajados, libros viajeros y libros que nos hacen viajar. Libros editados en Suiza y leidos en Perú, libros escritos en Japón y estudiados en Rusia. Libros políglotas. Libros en español, en ingles, en francés, alemán, chino mandarín, latín o escritos con runas indescifrables que quién sabe de dónde salieron o a que cultura pertenecieron. Libros de filología. Libros de lingüística. Libros de gramática. Libros con el alfabeto, libros con los números, libros con dibujos para colorear o con colores para dibujar. Libros para bebés, para niños, para púberes, para adolescentes, para adultos, para ancianos, para muertos, para santos, para fantasmas, ángeles, demonios o zombies. Libros para todos y todas, para ellas y ellos, para los que no son nada y son todo, para los que lo tienen todo y para los que no tienen nada.


Libros sobrevivientes, libros perdidos para siempre. Libros chamuscados. Libros mojados, llenos de arena, con manchas de té o café, con quemaduras de cigarrillo u olor a tabaco. Libros con flores prensadas y con su aroma impregnado, libros con billetes de hace cien años o de hace dos meses, libros con publicidades o mensajes secretos. Libros con marcapáginas, con las esquinas dobladas, con boletos de colectivo o con servilletas de un café que cerró hace demasiado tiempo. Libros que saben más de lo que dicen o que dicen más de lo que saben.  Libros peleadores, libros pacifistas, libros que reconcilian o que separan. Libros que ayudan o que complican, que tienen las palabras justas o la frase indicada. Libros que transmiten y son transmitidos. Libros que nos atrapan, libros que nos liberan, libros que nos arrojan de un lado a otro sin piedad. Libros insoportables, libros deliciosos, libros placenteros, libros estresantes. Libros en estantes, libros en la cama, en la silla, en el piso, en el escritorio, en el baño, en la bañera o encima o adentro del horno. Libros por todas partes. Libros desperdigados o acumulados, libros ordenados categóricamente bajo reglas específicas que sólo quien los posee, atesora y vigila conoce. Libros amados, libros odiados, libros que son indiferentes. Libros que hacen llorar, que hacen reír, que hacen gritar o que hacen que den ganas de tirarlos por la ventana de un tren en marcha y verlos deshacerse en pedazos que se vuelven cada vez más chiquitos a medida que nos alejamos de ellos. Libros jamás leídos, libros leídos y releídos, libros únicamente presumidos. Libros que se mueven solos. Libros que se leen solos. Libros que nos leen, que nos entran por un oído y nos salen por el otro. Libros que no hacen nada, que no sienten, que no existen más. Libros por existir, libros por escribirse, libros que nunca fueron escritos; libros que ya nadie recuerda, libros que uno prefiere olvidar, libros que son inolvidables, libros siempre presentes.

Libros con historias felices, con historias tristes, con finales alegres o deprimentes. Libros parecidos a nosotros. Libros buenos, malos, regulares, aburridos, divertidos, comerciales, bestsellers, worstsellers, mainstream, underground, top, chic, down, boho, pop, steampunk, goth, emo, freak, hipster, distopías, utopías, entropías, anatomías de un libro que es uno y millones a la vez pero que es irrepetible en su inmensitud. Libros infinitos. Libros únicos como el ADN, como las huellas digitales, como los granos de arena de la playa. Libros personales, libros sin persona. Libros que buscan dueño o que ya lo encontraron. Libros insoportablemente vivos, libros eternos, que nunca mueren. Libros que vieron nacer a la humanidad, libros que la verán morir. Libros que lo saben todo, libros que contienen la vida entera de una persona, una vida tan insignificante que se cuenta en ciento y pico de páginas o tal vez menos. Libros denigrantes, insultantes, absurdos. Libros escritos por Shakespeare, Milton, Lord Byron, Mary Shelley, Moliérê, Balzac, Jane Austen, Dostoyevski, Bocaccio, Urasawa, Dante Alighieri, Cervantes, Quevedo, Garcilaso de la Vega, Virgilio, Virginia Woolf, Victoria Ocampo, Julio Cortazar,  Jorge Luis Borges, Mario Vargallosa, Eduardo Galeano , Agatha Christie, Stephen King, J. R. R. Tolkien, J. K. Rowling, G. R. R. Martin, Daniel Handler, Lemony Snicket, Stephen Sondheim, Michael Ende, Cornelia Funke, Isabel Allende, Liliana Bodoc, Guillermo Martinez, Tomás Eloy Martinez, Cumbio, Belén Francese, Moria Casán, El Rubius, Lanata, el famoso que inventaron antes de ayer en la tele o la persona que se murió, estuvo en un escándalo o por alguna razón es parte de la opinión pública y en un instante ya tiene ocho libros sobre todo lo que necesitamos saber acerca de él o ella. Libros de escritores muertos, de escritores vivos, de escritores que aún no existen porque no salen en las revistas. Libros que leemos por placer, libros que nos obligan a leer, ya sea un tercero o el libro mismo. Libros de todo lo que uno pueda imaginarse: para ciegos, para sordos, para mudos, para enfermos, para sanos, para estudiantes y profesionales, libros para gente que ama o aborrece leer. Libros que no son libros. Libros sobre otros libros. libros vivos. Libros que lo son todo. Libros vivos.

Tan solo libros.

29 mar 2015

Papeles

De papeles está cubierto el sendero serpenteante por el que transito. Cada uno de ellos transmite un recuerdo, una historia, momentos únicos traducidos en fotos, dibujos, notas, cartas, mensajes de amor o de amistad, chistes que sólo emisor y receptor comparten. Hay panfletos publicitarios, boletas de elecciones pasadas, letras de canciones, poemas apócrifos, tarjetas de cumpleaños y notas de suicidio: todas estas hojas de diferente tamaño, color y gramaje adheridas con algo tan ligero como el rocío de la mañana o el rastro pegajoso de un caracol, esperando que algún transeunte las vea y recoja, haciéndolas eternas al rescatar su mensaje, cualquiera sea éste.

El paseante novato intenta tomar todos estos papeles, leerlos, entenderlos, asimilarlos todos, pero esto sólo reduce su marcha y aumenta su carga. En el camino que recorre anochece muy rápido, y los horrores acechan con voracidad para acabar con lo que se crucen, carne o papel, tinta o sangre; al fin y al cabo, ¿no son lo mismo? Pronto aprende el caminante que de nada sirve acumular las historias ajenas en un desesperado intento de incorporarlas cuando uno no se toma el tiempo necesario de armar la propia y crear sus propios papeles, los cuales algún día también quedarán atrás. 

A veces, en algún claro tranquilo o en el medio de una tormenta, algún otro viajero aparece y se une a la travesía. En esas ocasiones, comparten sus experiencias de viaje, cuentan sus historias y se regalan papelitos mutuamente. No es raro que uno se encariñe con ellos, y cuando los vea partir el corazón se llene de tristeza y desazón; en un afán de mantenerlos vivos y cerca, de hacer real otra vez lo que ya no es más que testimonio, uno se sobrecarga de papeles y recuerdos. Por momentos parece funcionar, pero cuando uno se ata al cuello cargas ajenas siempre llega el punto en el que no queda otra salida más que rendirse y dejar que las cosas se vayan. De otra manera el peso acumulado obliga a parar, nos hunde en las arenas movedizas de la memoria, y cuando uno se deja enterrar en ellas por demasiado tiempo es olvidado para siempre. Lleva tiempo aceptarlo, pero hay papeles que pesan más que una piedra y uno no tiene más remedio que dejarlos atrás, anhelando que quien los encuentre pueda acarrear con lo que nosotros no pudimos.

El camino a veces parece eterno, se bifurca y tiene tantos recodos que es imposible contarlos. El tiempo discurre de una manera extraña; a veces los días y las noches duran tanto que parecen eternos, y otras veces son tan efímeros que no entran ni en un tercio de segundo, sucediéndose constantemente en destellos de luz. A veces uno se ve inmerso en un bosque oscuro o en un pantano ponzoñoso donde los papeles son pulpa y su contenido meros borrones; a veces la tierra está tan árida que se vuelve arena y los papeles no se adhieren, papeles milenarios que se cuentan como caracoles en una playa, tan frágiles como papiros egipcios, crujiendo a cada paso dado; y uno camina penando, a veces con tanto viento que uno debe reducir el paso mientras todos esos fragmentos de memoria se arremolinan alrededor. En reiteradas ocasiones el cansancio, el desgaste y las inclemencias del sendero hacen que el caminante se siente y revise los papeles acumulados: en ellos ve los lugares que visitó, las derrotas que vivió, los recuerdos que labró, la persona que solía ser; y con la lluvia empapándolo por dentro y por fuera se ve tentado de dar la vuelta y desandar el camino. Es entonces cuando la campana suena a la distancia, recordándole por qué ya no está en los lugares que dejó al tiempo que alumbra lo que le espera más adelante: cientos de millones de papeles, todos en blanco. Algunos están adheridos con la savia de los árboles o al musgo de las rocas, otros clavados en las espinas de las rosas, algunos cuantos flotan con un viento pasajero y un manojo descansa impermeable sobre el agua de un charco. Cada uno una oportunidad, cada uno una memoria que almacenar, cada uno un nuevo papelito para el libro que cada vez se engrosa más y más.