Escucho música alegre, de fiesta, de cumpleaños. Lejos, apagada, de gente que se divierte en otro lado.
Escucho un perro ladrando, enojado, furioso, con ganas de que se termine todo.
Escucho a cada ladrido de ira que otro perro responde con llantos, sollozos de tristeza y pesadumbre. No se de donde vienen, ni tampoco estoy muy seguro de adonde van.
Escucho un maullido. En el techo veo un gato, cuyo color no distingo; es una sombra. Maulla frustrado, bajito, casi imperceptiblemente para que le abran la ventana y lo dejen entrar, para que le den calor y un poco de amor, pero nadie contesta a sus ruegos. Quiero fotografiarlo, pero se pierde en la oscuridad.
Escucho, mientras tanto, el viento que sopla con fuerza, insistiendo en llevarse todo lo que se le cruce por delante. Es un viento despiadado, y el mundo debe saberlo.
Escucho la música, escucho los perros, escucho el gato, escucho el viento. Yo soy ellos, ellos son yo. Somos todo y a la vez nada, somos tristeza, rabia y alegría. Somos frustración y desesperanza, somos la ficha que cae cuando ya es demasiado tarde. Escucho la lluvia, y con ella me deshago y me desahogo.
Al final, no escucho nada.
5 feb 2017
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