Cuando alguien nos decepciona, siempre resulta difícil decidir si seguir o no con esa relación, incluso si quienes nos decepcionaron han hecho cosas buenas por nosotros en el pasado. Hay alguna gente que piensa que hay que perdonar a todos, incluso a aquellos que nos han decepcionado inmensurablemente. Hay otra gente que dice que no deberíamos perdonar a nadie y hacerles probar una cucharada de su propia medicina, sin importar cuántas veces se disculpen. De estas dos filosofías, por supuesto que la segunda es mucho más divertida, pero también puede resultar agotador hacerle probar una cucharada de su propia medicina a cada persona que nos decepciona, ya que todos decepcionan a todos eventualmente y uno no puede ir por la vida dándole medicina a todo el mundo. Cuando vemos el daño que esas personas hicieron en el pasado, es como si nos hubiésemos hecho un moretón hace algún tiempo, el cual ya casi ha desaparecido pero que aún duele cuando lo tocamos, y cuando lo tocamos nos hace querer darle a esas personas una cucharada de su propia medicina.
Pero a veces el perdón no alcanza. A veces la aceptación al cambio no es suficiente. A veces la medicina, propia o ajena, no cura nada sino que lo empeora. A veces lo mejor es quemar algunos puentes y empezar otra vez... Pensar en las decepciones como entreactos en la gran puesta en escena que es la vida, y aceptar que no todos los actores están hechos para los papeles protagónicos.