Cuando llegaste, amigo de polvo,
pensé que eras tan sólido como una roca. Pensé que podía apoyarme sobre vos y
dejar que cuidaras mis espaldas; pensé que podía confiarte mis secretos y tener la certeza de que los mantendrías a
salvo en algún recóndito lugar que sólo nosotros dos conociéramos. Supuse que
me aconsejarías siempre que yo lo precisara, y que me acompañarías ante la
adversidad tan seguro de mí como yo de vos. No esperaba que fuera para siempre,
claro, porque los dos sabemos que los para siempre no existen, pero al menos
esperaba que fuera real. Ay, amigo de polvo, fue mi error por imaginarte hecho
de diamante puro cuando en realidad no basta más que un soplido de aire
arremolinado para que te pierdas en otro horizonte.
Te vi desarmarte, y fui necio
porque no me permití aceptar que estaba equivocado respecto a vos. No es
sencillo traer gente nueva a mi vida, y fue inconcebible pensar que te
inmiscuiste como un astuto intruso sin que yo lo notara. Te revestiste de
pieles y camuflaste tu aroma, y no logré ver a través de eso hasta que fue
demasiado tarde. Lo admito, es más que nada una cuestión de orgullo. Fui necio,
y aún lo soy un poco, a veces. Intenté sostener en mi puño apretado unas
cuantas de las partículas que te componen, incluso sabiendo que el resto de vos
se encontraba ya muy lejos, pero éstas volaron huidizas fuera de mi alcance. Se
escurrieron de mis dedos del mismo modo en el que te escurriste de mi vida, del
mismo modo en que querría que te escurrieses de mi corazón… y es que aún no lo
entiendo, y las preguntas se siguen disparando en mi cabeza: ¿qué hicimos mal?
¿Se terminó ya, así, tan rápido? Y sobre todo, ¿adónde fuiste ahora que ya no
perteneces acá?
Supongo que te amoldaste, otra
vez, a algo diferente. Tal vez a algo más cómodo. Por eso sos un amigo de
polvo, al fin y al cabo: uno no debe acostumbrarse a lo volátil. Calculo que
estás condenado a volar a nuevos horizontes cada vez que cambie el viento, y en
nuestro caso el viento cambió demasiado abruptamente. Te veo confundirte entre
tantas otras personas de polvo, y yo me sigo preguntando si siempre fuiste así
o si fueron las circunstancias las que te obligaron a deshacerte de tu
corporeidad. Supongo que es indiferente, al menos a esta altura.
Aún cuando al final siempre sople
un viento fuerte que te deshaga para siempre quiero que sepas, amigo de polvo, mi
querido amigo, que calaste hondo en mí. No sé como lo conseguiste, pero te
abriste paso hasta un lugar al que pocos llegan y lo hiciste: dejaste una
huella seca e imborrable, una marca árida como tu naturaleza. A veces es un
poco amarga, a veces se tiñe de recuerdo y es más dulce, pero sea como sea, no
puedo evitar alegrarme de que sea parte de mí.
Hay días en que creo verte, amigo
de polvo, volviendo victorioso de una guerra interminable que es invisible a
mis ojos, pero al final no son más que motas bailarinas que me confunden con
sus ilusiones y se ríen de mis esperanzas. Lo cierto es que no hay batallas en
las que participes, no hay nada que quieras cambiar, porque supongo que está en
tu naturaleza el pertenecer a todo pero a nada a la vez. Eso es el polvo, ¿no
es verdad? Tal vez es más fácil vivir de esa forma… Sin embargo, la sonrisa no
se me borra al recordarte, porque confío en que seas feliz con lo que elegiste.
Perdón si mis palabras te suenan a reproche, o si parecen bañadas en rencor,
pero escribir siempre fue mi manera de llorar, de hacer duelo y de cerrar
etapas. No siempre funciona, claro, pero al final nunca se trata de que
funcione.
Me pregunto una vez más,
entonces, adónde te habrá dejado la ráfaga que te alejó de estos parajes, y si
esa será tu morada definitiva. Me pregunto si sos feliz con las decisiones que
tomaste, querido amigo de polvo. ¿Acaso los corazones inconstantes sienten de
la misma manera? Tal vez si, y tal vez vuelvas a visitarme en algún vuelo. O
tal vez me vuelva yo también de polvo y entienda finalmente por lo que pasaste.
Hasta entonces, lo único que espero es que estés siempre bien, y que no vivas
para arrepentirte de lo que elegiste. Si hay algo que sé es que de todas las
cosas malas que nos pueden suceder, la peor por lejos es lamentar nuestras
propias decisiones.