Le resulta imposible recordar con precisión cuándo lo vio por vez primera: había estado allí desde que tenía memoria, cuidándola como un padre... o más bien, como un compañero. Cada mañana la despertaba con su cálida sonrisa, acariciando su rostro con su delicada suavidad habitual. Nunca le hablaba, pero tampoco es que ella lo necesitara; su presencia era suficiente.
-Me quiere... -murmura distraída mientras los recuerdos afloran en su mente, arrancando uno de los pétalos que adornan su corona y soltándolo, dejándolo a merced de la brisa.
De pronto recuerda las noches en soledad. Cada día, al atardecer, se iba con unos suaves besos tibios a modo de despedida, caminando lentamente en dirección al horizonte, sin dejar de mirarla fijamente, como estudiando su reacción. Su silencio, otrora encantador, se volvía un poco más desesperante al final de cada día.
-No me quiere... -otro pétalo blanco cae danzando al piso.
Una vez trató de seguirlo, pero por más que se esforzara en alcanzarlo, nunca llegaba a estar ni tan siquiera cerca de él. Parecía reírse de ella con tristeza mientras ella transpiraba y gritaba diferentes nombres, intentando dar con el que le pertenecía. Ni siquiera sabía su nombre, después de tanto tiempo... Cansada, al final siempre se rendía y se tiraba a llorar en el césped, invadida por la frustración.
-Me quiere...
Antes de que pudiera percatarse siquiera de que se había quedado dormida, él ya había vuelto para iluminar su vida y secar su húmedo rostro. Su abrazo la despertaba con cariño, dándole sentido al amanecer. Cada mañana con él era una mañana distinta, luminosa, brillante.
-No me quiere...
Sin embargo, había días en los que él nunca llegaba. Había días en los que ella se despertaba con el rostro empapado y sus ojos solo veían gris por doquier. Esos días eran insoportables, la desazón la llenaba y lágrimas que no salían de sus ojos empapaban todo su cuerpo.
-Me quiere...
Pero al final siempre reaparecía, uno o dos días más tarde, bañado de luz, ansioso por tranquilizar sus temblores y aliviar su pena. Siempre volvía sonriente, con los brazos abiertos de par en par y cargado de amor para ella y solo para ella. Siempre llegaba, siempre llegaba, siempre...
-No me quiere...
...hasta ahora. Nunca había estado ausente por tanto tiempo, nunca había desaparecido de una manera tan rotunda, nunca la había privado de su inmensidad y de su baño de oro sanador. Pero ahora... la había dejado para siempre, estaba segura, porque algo dentro de ella le indicada que su final era inminente y que ya no lo volvería a ver, ni siquiera para despedirse. Sentía sus fuerzas flaqueando, sus piernas débiles, su mente adormecida, sus ojos cerrados.
-Me quiere...
Repentinamente, le pareció verlo a lo lejos, por una milésima de segundo, acompañado de un suave viento frío. Abrió los ojos, nuevamente llena de ilusión, pero no había nada más que nubes en el horizonte. No había sido más que un juego de su imaginación. Con desgano y sintiendo que las últimas fuerzas la abandonaban, arrancó otro pétalo y entrecerró los ojos, volviéndolos dos rendijas vigilantes por las cuales esperaba el milagro.
-...no me quiere.
El último pétalo de su cabeza voló lejos, colina abajo, atrapado por una leve brisa. La misma brisa que despejó el cielo y se llevó las nubes. La misma brisa que le asestó el golpe final a Margarita. La misma brisa que dejó al descubierto, por última vez ante su vista, a su amado. Sin embargo, no tuvo siquiera que abrir completamente los ojos para notar que él ya no era el mismo: no brillaba de la manera que solía hacerlo, no daba calor, no transmitía los sentimientos de antaño. No era más suyo. Estaba tan muerto como ella.
Al fin y al cabo, a él, el Sol de otoño, no le importan nuestros problemas.
Antes de que pudiera percatarse siquiera de que se había quedado dormida, él ya había vuelto para iluminar su vida y secar su húmedo rostro. Su abrazo la despertaba con cariño, dándole sentido al amanecer. Cada mañana con él era una mañana distinta, luminosa, brillante.
-No me quiere...
Sin embargo, había días en los que él nunca llegaba. Había días en los que ella se despertaba con el rostro empapado y sus ojos solo veían gris por doquier. Esos días eran insoportables, la desazón la llenaba y lágrimas que no salían de sus ojos empapaban todo su cuerpo.
-Me quiere...
Pero al final siempre reaparecía, uno o dos días más tarde, bañado de luz, ansioso por tranquilizar sus temblores y aliviar su pena. Siempre volvía sonriente, con los brazos abiertos de par en par y cargado de amor para ella y solo para ella. Siempre llegaba, siempre llegaba, siempre...
-No me quiere...
...hasta ahora. Nunca había estado ausente por tanto tiempo, nunca había desaparecido de una manera tan rotunda, nunca la había privado de su inmensidad y de su baño de oro sanador. Pero ahora... la había dejado para siempre, estaba segura, porque algo dentro de ella le indicada que su final era inminente y que ya no lo volvería a ver, ni siquiera para despedirse. Sentía sus fuerzas flaqueando, sus piernas débiles, su mente adormecida, sus ojos cerrados.
-Me quiere...
Repentinamente, le pareció verlo a lo lejos, por una milésima de segundo, acompañado de un suave viento frío. Abrió los ojos, nuevamente llena de ilusión, pero no había nada más que nubes en el horizonte. No había sido más que un juego de su imaginación. Con desgano y sintiendo que las últimas fuerzas la abandonaban, arrancó otro pétalo y entrecerró los ojos, volviéndolos dos rendijas vigilantes por las cuales esperaba el milagro.
-...no me quiere.
El último pétalo de su cabeza voló lejos, colina abajo, atrapado por una leve brisa. La misma brisa que despejó el cielo y se llevó las nubes. La misma brisa que le asestó el golpe final a Margarita. La misma brisa que dejó al descubierto, por última vez ante su vista, a su amado. Sin embargo, no tuvo siquiera que abrir completamente los ojos para notar que él ya no era el mismo: no brillaba de la manera que solía hacerlo, no daba calor, no transmitía los sentimientos de antaño. No era más suyo. Estaba tan muerto como ella.
Al fin y al cabo, a él, el Sol de otoño, no le importan nuestros problemas.